El año pasado fue el de la normalización, con sus altibajos, tras un 2020 marcado por un largo confinamiento y numerosas restricciones. Para la Cocina Económica, eso significa que recibió a más de 400 personas que acudían por primera vez en busca de ayuda social. Exactamente, 436 personas, lo que supone casi un 30% de las 1.482 usuarios de esta institución benéfica, una de las más antiguas y prestigiosas de la ciudad. El trabajador social Pablo Sánchez señala que la bolsa de pobreza se ha enquistado en la ciudad, a pesar de los mejores esfuerzos de las entidades por reducirla.
“Se mantiene esa tendencia de entre 400 (en 2019 hubo un pico de 575) y quinientas personas nuevas que acuden cada año se van sumando a lo que se van acumulando a la que se atienen de años anteriores –explica Sánchez–. 2020 fue un año excepcional en todos los sentidos, no es un año de referencia en lo que se refiere a la tendencia, pero si que hay que alcanzamos nuestro máximo, pero el año pasado retomamos la dinámica habitual”.
Casi 1.500 personas al año es un número notable, que tensiona la capacidad de la Cocina Económica, y mas en un momento de inflación disparada y escalada alcista de los suministros. La entidad nunca dejó de funcionar ni en los momentos más duros del confinamiento, y en 2021 se mantuvo una combinación de atención en puerta, telefónica y a través de internet, de manera que el famoso comedor de la Cocina Económica de la calle Socorro ha permanecido cerrado, y todavía lo está (de hecho, aprovecharon para realizar una reforma, y se espera que reabra este mismo mes). Los usuarios recibían la comida en la puerta y volvían con ella a su domicilio. Pero en la segunda mitad del año, aunque la comida seguía entregándose en bolsa, se pudo retomar la atención presencial, lo cuál es mucho más ágil.
Gracias a la intervención social que realiza la Cocina Económica, en la que se entrevista a los recién llegados para conocer su situación y sus necesidades de cara a ayudar a la tramitación de recursos y prestaciones sociales, se recaban numerosos datos que permiten realizar un retrato robot del usuario medio. Lo primero que salta a la vista es que la mayoría (60%) son hombres, lo que es de esperar, dado que el sexo masculino está sobrerrepresentado en los casos de pobreza extrema, como los sin techo. La media de edad es de 45 años, aunque la mayoría tiene entre treinta y treinta y nueve años.
El 48% son inmigrantes, puesto que se trata de otro colectivo donde la precariedad es habitual, “Existe un flujo migratorio constante desde 2019, una reanudación que se interrumpió un poco con la pandemia, y que es fundamentalmente económico”, explica Sánchez. El 54% son regulares e incluso tienen trabajo, mientras que el 11% son solicitantes del estatus de refugiados. Muchos de estos últimos proceden de Venezuela, porque existe un permiso de residencia extraordinario por la situación en Venezuela.
El 46% de los nuevos usuarios no dispone de recursos económicos propios, el 19% recibe subsidios y el 5% trabaja en al economía sumergida. Solo el 3% dispone de un salario. La mayoría (30%) comparte piso o vive con la familia o amigos (24%) y solo el 1% es okupa. Todos requieren una ayuda vital que reciben en la Cocina Económica. “Contamos con ese apoyo de la ciudad. Si no, sería imposible hacerlo”, agradece el trabajador social.