César Antonio Molina | “Cuando voy a la Torre, le digo que no le fallé y que cumplí con mi deber”

Exministro de Cultura entre 2007 y 2009, fue la pieza clave en la declaración de la Torre de Hércules como Patrimonio Mundial por la Unesco; coruñés de nacimiento, relata cómo fue el proceso hasta lograr el éxito, con una advertencia de su madre: “Me dijo que si no salía adelante, no se me ocurriese regresar a mi ciudad”
César Antonio Molina | “Cuando voy a la Torre, le digo que no le fallé y que cumplí con mi deber”
César Antonio Molina, en el CGAI, durante una visita a la ciudad | AEC

César Antonio Molina (A Coruña, 1952) fue la persona clave para la designación de la Torre de Hércules como Patrimonio Mundial. Desde su cargo como ministro de Cultura reactivó una candidatura que apenas contaba con posibilidades de prosperar pese al impulso del Instituto de Estudios Torre de Hércules (IETH) y la ciudadanía coruñesa. Quince años después de aquella declaración, habla para El Ideal Gallego.

 

¿Cómo se gestó el proyecto para presentar la candidatura de la Torre como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco?
Lo gestaron un grupo de coruñeses capitaneados por el doctor Vázquez Iglesias, ‘Manito’, y, posteriormente, Segundo Pardo-Ciórraga. Había muchísima gente que lo apoyaba, entre ellas mi propia madre. Cuando ya estaba en el Ministerio de Cultura me dijo que si no salía adelante no se me ocurriese regresar a mi ciudad porque ella sería la primera en impedirlo. Mi padre, un gran coruñés, había muerto y ella había tomado todas aquellas ilusiones que él había defendido. Por lo tanto, la Torre de Hércules tenía a la persona de mayor influencia en mi vida. Pero todo este movimiento no se hubiera podido iniciar sin Francisco Vázquez.

 

¿Cuál fue el papel de Vázquez?
Cuando era alcalde escribió una carta dirigida a la por aquel entonces ministra de Educación y Cultura, Pilar del Castillo. El Ministerio de Cultura es el único que puede proponer ante la Unesco y llevar adelante estos asuntos. La carta durmió el sueño de los justos en un cajón. Terminada la legislatura de Aznar como presidente del Gobierno, llegó el gobierno de Zapatero, cuya primera ministra de Cultura fue Carmen Calvo. La carta de nuestro alcalde, que debería estar enmarcada y en un lugar preferente en el palacio de María Pita, siguió durmiendo plácidamente. Pero en el 2007 Calvo cesó y fui nombrado ministro de Cultura. Había sido durante los últimos años director del Instituto Cervantes y La Coruña fue la primera ciudad donde había reunido a todos los directores repartidos por el mundo.

 

Un ministro coruñés, y no de cualquier calle…
El nuevo ministro de Cultura había nacido, precisamente, en la calle de la Torre en casa de sus bisabuelos maternos, los Ventureira. Los paternos siempre habían vivido entre Panaderas, frente a sus amigos los Casares Quiroga, y Orillamar, con las más maravillosas vistas sobre la ría. El nuevo ministro de Cultura había hecho el Bachillerato en los Dominicos y las reválidas en el por aquel entonces llamado Instituto Femenino de la plaza Pontevedra. ¿Se puede pedir más? Conocedor de la carta y de los esfuerzos del alcalde, una de las primeras cosas que hice fue rescatarla y ponerla en movimiento. Entre el envío de la misiva y la llegada a mis manos pasaron unos seis años.

 

El Instituto Torre de Hércules llevaba años luchando por lograr este reconocimiento. ¿Qué vio en el proyecto para apoyarlo? ¿Cuál fue la motivación?
Aparte de lo ya dicho, el motivo para apoyar esta candidatura era la propia relevancia del monumento. Hasta entonces al menos no había ningún faro en el mundo que fuera Patrimonio de la Humanidad. Y menos el único que incluso desde antes de los romanos había permanecido en funcionamiento tantos y tantos siglos. Por lo tanto los méritos eran propios. Pero la cosa no fue fácil.

 

¿Por qué?
Hay muchos monumentos romanos que son Patrimonio de la Humanidad y la Torre, con la rehabilitación que se le hizo en la época de Carlos III, la llevada a cabo por Gianini, magnífica, exteriormente no daba esa sensación. Luego no todo el mundo apoyó la candidatura desde el primer momento. Un partido político se había empeñado que en vez de la Torre de Hércules fuera la Ribera Sacra, un lugar maravilloso. Pero si ya teníamos dificultades extremas para sacar a la Torre, la otra propuesta por aquellos años era imposible. Por otra parte, cada ministro tenía sus propuestas y sugerencias con respecto a monumentos que estaban en su jurisdicción natal o política e intentaban influir para que fueran suscritos. En estos casos, mi galleguidad me ayudó mucho.

 

¿Cómo fue el proceso y desarrollo hasta que se logró?
El proceso fue muy complicado, pero voy a tratar de resumirlo. Yo había nombrado director general de Bellas Artes a José Jiménez, catedrático de estética e historia del arte de la Universidad Autónoma. Ya había sido mi director del Cervantes en París y había hecho una labor extraordinaria. Lo llamé a mi despacho, le enseñé la carta de Vázquez y le dije que, entre las muchas prioridades, estaba esta. Imaginémonos que por aquellos mismos días firmé la demanda contra la compañía norteamericana Odisey, que había saqueado nuestros fondos marinos. Demanda que años después ganamos en los EEUU. Todo esto lo ha contado magistralmente Amenábar en su serie televisiva. Jiménez lo entendió perfectamente y se puso manos a la obra. Yo en primer lugar hablé con Javier Losada, quien había sustituido como alcalde a Vázquez al ser nombrado éste Embajador ante la Santa Sede en Roma. El Ayuntamiento tenía que preparar toda una documentación fundamental. Hice lo mismo con Moreda, presidente de la Diputación, y con Touriño, presidente de la Xunta. También hablé con Puertos del Estado. Todas tenían que aportarnos documentación esencial. Así lo hicieron.

 

Supongo que hubo un gran trabajo diplomático por parte del Ministerio de Cultura.
Mientras tanto, nosotros viajábamos a París para hablar con el director de la Unesco. Además, yo comenté este asunto en los consejos de ministros de Cultura europeos en Bruselas, así como en los Consejos de Educación y Cultura iberoamericanos. La red que creamos fue impresionante. Jiménez y su equipo deberían haber recibido un reconocimiento. En estos días he vuelto a hablar con él. Poco a poco todo fue saliendo. Animaba al equipo recordándoles aquello que me había dicho mi madre. En ese equipo estaba un gran amigo y arqueólogo que luego dirigió el Museo Sefardí de Toledo, Santiago Palomero. También andaba por allí, aunque en otro departamento, Antón Castro. Para mí, lo más importante que sucedió fue la solidaridad que se estableció, una vez salvadas las diferencias, por encima de las ideologías. Tuve que esforzarme mucho pero es que todos se dieron cuenta lo importante que aquello era no solo para La Coruña sino para toda Galicia.

 

La candidatura fue respaldada por las diferentes administraciones. ¿Hubo momentos de dudas o siempre pensó que lo lograrían?
El apoyo fue total. Unas instituciones fueron más diligentes en los envíos de la documentación que otras, pero sin esta colaboración absoluta no hubiera sido posible. En el mes de julio del 2009, en Sevilla, era donde se iban a ratificar todos nuestros esfuerzos. Pero a mí me pasó como a Moisés, no pude ver la Tierra prometida. Tres meses antes había cesado en una remodelación del gobierno. Todo estaba hecho y acordado, lo de Sevilla casi era un acto protocolario. Por decisión propia, todos mis directores generales se fueron conmigo. Pero yo le pedí a José Jiménez que no presentara la dimisión y resistiera unas pocas semanas para que nada se moviera. Así lo hizo y todo salió según lo previsto. En esos días de incertidumbre, el alcalde Javier Losada entró en un ataque de nervios. Yo le había dicho que no se preocupara porque había dejado todo atado y bien atado. Llamó a la nueva ministra que, ocupada en tantos líos, tardó en contestarle y recibirlo. Se la trajo a La Coruña y allí ella confesó que era la primera vez que veía la Torre de Hércules. Algo muy significativo.

 

El alcalde Javier Losada entró en un ataque de nervios. Yo le había dicho que no se preocupara porque había dejado 
todo atado y bien atado

 

¿Es la Torre mejor que antes?
Es mucho mejor que antes. A mí siempre me preocupó y me preocupa la invasión urbana sobre ese trozo de naturaleza inmemorial. Los visitantes de la Unesco también lo manifestaron así. Está más cuidada y visitada por gentes de todas las partes del mundo. Para la ciudad ha sido fundamental. Solo hay una cosa que no se hizo y que quizás nunca se lleve a cabo: convertir la cárcel en un museo de los mares y los faros del mundo. Nosotros teníamos el proyecto y el Ministerio de Transportes al frente del cual estaba José Blanco dispuesto a colaborar. Esto sería un añadido extraordinario.

 

¿Hubo que mejorar o cambiar aspectos para que la candidatura triunfase?
Las necesarias. Nos adaptamos bien a los buenos juicios de los técnicos de la Unesco.

 

¿Qué sintió la primera vez que pisó la Torre?
Yo la Torre la pisé de infante. Gran parte de mis juegos infantiles los llevé a cabo a su sombra. Me acuerdo aún de la gran cantidad de picapedreros que había. Jugábamos a buscar tesoros escondidos. Esas monedas que nuestros padres nos escondían bajo tierra. Y yo aprendí a nadar en San Amaro. Y me dieron el carnet de conducir habiendo pasado la difícil prueba de parar al 600 en medio de la cuesta que sube al faro sin utilizar el freno de mano. Para mí ha sido un familiar más. Ahora, cuando voy, la miro y le digo que no la decepcioné, que no le fallé y que cumplí con mi deber. Es una de las cosas por las que siento más orgullo.

 

A nivel turístico, ¿Ser declarada Patrimonio de la Humanidad supuso un atractivo asegurado para A Coruña a nivel internacional?
El turismo cultural ha crecido inmensamente y tener un monumento de semejante importancia en medio de esa bellísima naturaleza es tremendo. A lo largo de estos años he llevado a grandes escritores a verla: Saramago, Tabucci, Fuentes, Magris y algunos más confesaron su admiración. Hoy La Coruña, siempre lo tuvo, dispone de uno de los más grandes monumentos del mundo. Esto lo comentaba en una conferencia que di en la nueva Biblioteca de Alejandría a no mucha distancia del desaparecido faro. Yo he escrito mucho sobre La Torre, poesía e historia, y antes de haber sido ministro.

 

Cesar madre
Molina, con su madre, en 2009, a los pies de la Torre | cedida por C.A. MOLINA

 

Su trabajo, el de su Ministerio, le valió la más alta condecoración coruñesa.
Pocos días después de ser ya Patrimonio de la Humanidad la Torre, me llamó Javier Losada para decirme que iba a proponer mi nombramiento como Hijo Predilecto de la Ciudad. Esto me emocionó. Solo puse la condición de que fuera aprobado por todos los partidos políticos, como así sucedió. Vuelvo a repetir que este fue para mí otro gran triunfo, el que todos nos pusiéramos de acuerdo. Quiero recordar aquí a la concejala de Cultura María Xosé Bravo, así como a la conselleira de Cultura Ánxela Bugallo, ambas del Bloque. Duras, difíciles, pero finalmente generosas. Al presidente Touriño, gran persona e intelectual. A Henrique Tello, portavoz del BNG, dialogante, culto y respetuoso. A Carmen Marón, del PSOE, siempre atenta. A Carlos Negreira, del PP, un caballero que fue un buen gestor de la ciudad en tiempos difíciles. Al presidente de la Diputación, el socialista Fernández Moreda, el más leal entre los leales. Al subdelegado del gobierno, Pose, que, como gran latinista, redactó en la lengua de la antigua Roma la placa conmemorativa. A Antón Louro, gran colaborador y siempre propicio. Y a Francisco Vázquez, el coruñés por excelencia, quien desde el Vaticano removió Roma con Santiago para que toda la Corte celestial estuviera de nuestra parte. Porque sí, aquello fue de alguna manera un milagro muy bien conseguido. Yo, desde entonces, como hijo predilecto —que por lo de ahora sigo siendo— no he vuelto a tener la más mínima noticia.

 

Hubo quien creyó que aquel trabajo que hizo era su trampolín hacia la Alcaldía. Usted siempre negó esa ambición y el tiempo le ha dado la razón.
Una de las propuestas que rechacé tras ser ministro fue la de presentarme a la Alcaldía de la ciudad. Tanto el presidente Zapatero como Pepe Blanco me dijeron que siguiera de diputado y esperara. Les dije que no y así se lo transmití a Javier Losada, que creo que aún sigue sin creerme. Mi corazón está en Coruña, pero mi cabeza en Madrid. Regresé a la universidad. El primer día había más periodistas y fotógrafos que alumnos. ¡Quién tuviera quince años menos y poder volver a compartir todo con mi madre! 
 

César Antonio Molina | “Cuando voy a la Torre, le digo que no le fallé y que cumplí con mi deber”

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