ENTREVISTA CTV
Inaugura César Antonio Molina (A Coruña, 1952) este ciclo de entrevistas en el que el mayor mérito, y no es poco, supone el de ser o ejercer de coruñés. El exministro de Cultura en el Gobierno de Zapatero vive en Madrid, la ciudad que se lo ha dado todo, pero no olvida la ciudad que le vio nacer y en la que pasó los 18 primeros años de su vida. “Pasear por A Coruña es una gran satisfacción pero también el dolor de saber que aquí está mi padre, que aquí me cruzaba con mi abuelo o mi abuela... no puedo salir y olvidarme de eso”, confiesa. Sus recuerdos van desde la calle de la Torre hasta Riazor, pasando la playa de San Amaro, con paradas en el cine Coruña, donde vio su primera película; las librerías La Poesía o Arenas, donde su padre le abrió una cartilla para ir comprando todos los libros que quisiese, o el metrosidero centenario, para el que reclama un espacio más adecuado a su categoría de árbol singular.
¿Cuál es su barrio?
Yo me considero de la calle de la Torre. Lo llaman Monte Alto pero es un error porque el monte alto es lo que está encima de todo y nosotros, en realidad, somos la prolongación de la Ciudad Vieja. Es la plaza de la Leña, que se llama ahora plaza de España, y es la calle de la Torre. Parte de mi familia, la parte de mi padre, vivía en Panaderas, frente a la casa de Casares Quiroga; ellos eran republicanos, y lo sufrieron y lo pagaron bien. Y la otra parte era de Orillamar, la calle de la Torre y Miguel Servet, donde estaba el metrosidero.
¿Cuál es su primer recuerdo de A Coruña?
No lo recuerdo pero supongo que, cuando abrí los ojos, entre otras cosas, el metrosidero fue lo que vi. Me acuerdo mucho de mi bisabuela María y su casa, con un huerto y animales. Me acuerdo de una zapatería que tenía la radio puesta todo el día y ahí oíamos ‘Ama Rosa’ y todo eso. Era una calle muy vital, llena de ultramarinos y pasaba mucho tiempo en la calle. Había de estos quioscos pequeños donde vendían los tebeos del Capitán Trueno. Y recuerdo los carnavales, que estaban prohibidos pero que eran tremendos. Y la noche de San Juan, con las hogueras... Lo que más me dolió fue la destrucción de la casa donde vivían mis abuelos, que hoy es el hueco que queda, entre el adefesio ese y la casa de al lado. Y con ese hueco puedo reconstruir mentalmente todos los espacios. Es uno de los sueños más recurrentes que tengo.
¿Dónde fue al colegio?
A los dominicos. Eran muy jóvenes, casi todos navarros y de Burgos, y aprendí mucho con ellos. Todos los fines de semana se proyectaban películas. El resto lo estudié en el instituto masculino, que hoy, afortunadamente, se llama Salvador de Madariaga. Pero los exámenes de reválida los hacíamos en el femenino, en el pasillo, porque no cabía la gente. Y abajo estaba la academia de Bellas Artes, donde estudiaba Picasso. Recuerdo a un catedrático de griego, Riesco, tendríamos 15 o 16 años, y un día nos dijo: “Hoy os voy a leer a algunos poetas griegos contemporáneos”. Empezó leyendo a Kavafis, Seferis, Sikelianos... A ese día y a esa lectura le debo el ser poeta.
¿Recuerda la primera vez que fue al cine?
Sí, con mi padre. Un día, por la tarde, con siete u ocho años, me llevó al cine Coruña. Y ponían ‘Mi tío’, de Jacques Tati, una de mis películas favoritas, que influyó mucho en mi manera de defender la imagen de las ciudades, porque es una crítica a la destrucción de los barrios de París. Y está ese niño maravilloso con el que yo me identifiqué. Pasaron años hasta que logré identificar cuál era. Yo fui de los espectadores que inauguró en el cine Goya aquello que se llamaba cine de arte y ensayo, con ‘Repulsión’, de Roman Polanski. Para una persona con 16 o 17 años aquello era... Tenía prohibida la entrada pero me recorría todos los cines y me conocían los porteros y todo el mundo. Como primera librería recuerdo La Poesía, que veo que sigue cerrada, y Arenas. Un día mi padre, íntimo amigo de Fernando Arenas, yo debía de tener doce o trece años, le dijo que me abriese una cartilla para que apuntase todos los libros que me fuese comprando. En pocos meses en mi habitación apenas cabían.
¿Cuál era el libro que releía constantemente de niño?
Recuerdo que estaba enfermo, con 13 años, y vino una amiga de mi madre con unos libros. Algunos del Oeste, que no me interesaba, y uno con dibujos, para niños, sobre la búsqueda de Troya, de Schliemann. Y me enamoré de Sofía Schliemann y de la Ilíada, la Odisea y la Eneida, que casi me sé de memoria. Ese libro lo guardo como oro en paño. Al ser muy melancólico y muy nostálgico, le tengo mucho afecto a las cosas. Ahora tengo un tremendo dolor porque me tengo que deshacer de mi Volvo, que tiene 26 o 27 años, porque no voy a poder circular por Madrid.
¿Sabe qué bus tiene que coger para ir a su casa?
Nunca lo he usado mucho porque siempre he sido muy andarín. Incluso cuando estudiaba aquí. Conozco París y Roma muy bien y siempre andando.
¿Qué echa de menos cuando no está aquí?
El mar. Madrid es maravilloso, es una ciudad a la que le debo todo, pero nadie se olvida de sus orígenes. Para mí, el mar es fundamental. Y el viento... hasta la lluvia.
¿Qué le hace sentirse orgulloso de ser coruñés?
Comparto el orgullo de ser de la ciudad de Emilia Pardo Bazán, donde vivió Rosalía de Castro, de la provincia donde nació Cela, Torrente Ballester, la ciudad de Picasso... muchas cosas. Cuando inauguré el Cervantes de Pekín, fui al Ministerio de Cultura, gigantesco, y puse un mapa y dije: “Yo soy de aquí”. Tengo ese orgullo y nunca lo he perdido; siempre he dicho que mi corazón está aquí y mi cabeza está en Madrid.
¿Y qué defecto encuentra?
Creo que se ha perdido el coruñesismo. Las instituciones no han promocionado que esta sea la ciudad de Salvador de Madariaga, por ejemplo, uno de los fundadores de Europa. Todo ese espíritu que tuvimos, eso que pensamos que podíamos hacer una especie de Florencia, con los museos, la Torre... veo que se ha perdido y a veces hasta parece que dé vergüenza. Coruñeses, coruñeses… quedamos los últimos mohicanos.
¿Cómo ve la evolución de la ciudad en los últimos años?
Creo que todo lo del puerto debe pensarse bien, cuidado con las grandes firmas de arquitectos, porque hacen lo que les da la gana, no lo que quieren los ciudadanos; hay que contar con los arquitectos de aquí. En lo demás, hay que seguir rehabilitando la Ciudad Vieja, porque sigo paseando por allí, haciendo el camino que iba de mi casa al colegio y sigue igual. La veo viva y con gente, pero hay que cuidarla y requiere mucho esfuerzo y mucha dedicación.
Si pudiera viajar a una etapa histórica de A Coruña, ¿cuál elegiría?
Una de las épocas más importantes de La Coruña fueron los años 10-20 y parte de los 30 del siglo pasado. Es la ciudad modernista, la de la revista Alfar, las Irmandades da Fala, los grandes trasatlánticos, las grandes navieras… Era una ciudad donde desembarcaba Rubén Darío, la gente que venía de América y, cuando surge el aeropuerto, cambia la ciudad. De eso me acuerdo, de aquella gente que veíamos que iba a un mundo exótico.
Y si pudiera tomar un café con un coruñés, vivo o muerto…
Es difícil, pero probablemente con la Pardo Bazán o Wenceslao Fernández Flórez y Julio J. Casal, que fue el director y el creador de la revista Alfar, una de las más grandes revistas literarias que se han publicado en España, donde colaboró Picasso, Dalí, Alberti, Ayala… Con esos tres me conformaría, sin desmerecer a otra gente. Y uno que sería muy especial es Casares Quiroga.
Y cuando trae a alguien de fuera, ¿a dónde lo lleva?
Aquí he traído a muchísima gente. A Saramago, a Carlos Fuentes, a Tabuki… Los llevaba siempre a la Torre de Hércules. Llegar allí y ver ese faro, con ese parque escultórico alrededor, con ese océano alrededor, con siglos y siglos luchando contra el viento y contra el mar… siempre se han quedado impresionados. Y luego, a la Ciudad Vieja y al jardín de San Carlos, donde siempre pienso en el poema de Rosalía dedicado a Sir John Moore aunque creo que el de Wolfe es magnífico. Relata la batalla, la heroicidad y el último verso dice: “Y, al final, lo dejamos solo con su gloria”. Eso para mí es un lema de mi vida, saber que al final, por muchos triunfos que tengas, por muchos galardones, te quedas solo con tu gloria, que no es capaz de solventar esa soledad eterna que vas a tener.
¿Bonilla o Timón?
Bonilla, sin lugar a dudas.
¿Monte de San Pedro o Jardines de Méndez Núñez?
Monte de San Pedro; me parece maravilloso. Sin desmerecer estos jardines, que es donde aprendí a caminar, pero el monte de San Pedro, con esas vistas, la zona militar…
¿Calle de la Estrella o de la Barrera?
Yo soy de la calle de la Torre.
¿Agua de Emalcsa o embotellada?
La del grifo me ha sentado siempre muy bien.
¿Playa de Riazor o del Orzán?
Yo soy del Orzán. Es un poco más bravo y en mi época infantil estaba el Matadero y había un lugar donde no podíamos estar pero siempre ha sido un mar muy batido. Aunque mi playa favorita y donde yo aprendí a nadar es San Amaro. Yo comenzaba los veranos diciéndole a mi madre: “Me voy a San Amaro”. Lo que más me gustaba era bañarme lloviendo.
¿Helados de la Colón y la Ibi o sabores modernos?
De toda la vida. Mi abuela Estrella era muy buena confitera y yo le ayudaba. Echo de menos los restaurantes, las tabernas y la cocina de siempre.
¿Verbena o concierto en el Coliseum?
No soy de multitudes. Mahler en el Coliseum. Y si puede ser la Novena, mejor.
¿Carnaval o San Juan?
San Juan. El Carnaval me hace gracia pero la fascinación por el fuego es muy grande. Muy ancestral.
¿De chorbo o de neno?
Pues… Me ha costado mucho manejar bien alguno de los idiomas que hablo. Creo que el gran avance de este país es que la gente habla bien inglés.