A finales del siglo pasado, un grupo de prejubilados de Telefónica comenzó un proyecto: crear una maqueta de dimensiones más reducidas de una central Rotary como las que había en la central de Espino (en Marqués de Amboage). Este trabajo de preservación de la historia de la telefonía derivó en un interés por “transmitir a las nuevas generaciones el origen de las comunicaciones y su evolución hasta nuestros días”, apunta José Luis Sotelo, uno de aquellos prejubilados.
El resultado de aquella idea es el Museo Didáctico de Telecomunicaciones, que actualmente se sitúa en el 31 de Antonio Ríos.
“Esto empezó con esa maqueta de la central de Espino; eran bastidores de cuatro metros y había que hacer una maqueta pequeña para que la gente pudiera ver cómo funcionaba in situ”, apunta Sotelo, que asegura que la maqueta alberga un 90% de las funcionalidades de la original.
Terminada aquella maqueta, un trabajo que les llevó un año y medio, “pensamos que era una pena quedarnos solo con ella”. Por eso, sobre el año 2000 empezaron a darle forma al museo, una aventura que emprendieron entre “algunos compañeros, algunos en activo”.
Sin prisa, porque era una de sus máximas, “no obligarnos”, empezaron a representar la telefonía, “desde su origen hasta nuestros días”. Sotelo explica que el museo comenzó en la ronda de Outeiro, “en unos locales que tenía Telefónica” y fue allí donde comenzaron con las visitas, antes de trasladarse a su ubicación actual.
“Lo planteamos con una intención didáctica”, asegura Félix Rodríguez, que ejerce de guía en esta característica visita por un museo que alberga “una pieza de cada época, las cuales ponemos a funcionar para que vean cómo era”.
“Una de nuestras ideas era que esto formara parte del circuito museístico de A Coruña, para que los chavales tuviesen idea de cómo era esto, de cómo fue y creemos que es muy interesante”, complementa Sotelo.
El punto que destaca Rodríguez sobre la puesta en funcionamiento de cada pieza es uno de los aspectos más llamativos del museo: todo lo expuesto es funcional. Y la recolección de las piezas ha sido todo un ejemplo del compañerismo de la profesión, ya que muchos de los elementos han sido cedidos por profesionales de otras regiones del país.
De este modo, Rodríguez empieza este tour demostrando cómo funcionaban los primeros teléfonos, conectados directamente entre ellos y que operaban gracias a unas enormes pilas que, debido a la imposibilidad de sustituirlas hoy en día, “tenemos trucadas, conectadas a la corriente”, complementa Sotelo.
Con aquella tecnología, cuando los teléfonos se empezaron a multiplicar, estando conectados entre ellos, se daba un curioso problema: “Todos oían a todos”, comenta Rodríguez entre risas. Por ese motivo nacieron las centrales, de las que albergan diferentes tipos, las cuales todas funcionan, siendo la principal una de las principales atracciones para los visitantes, que pueden ejercer de operador y llamar a un número real.
El siguiente paso del recorrido es un pequeño “cuartito” con fragmentos de cables para conectar ciudades, desde los más grandes, “con capacidad para atender 2.400 teléfonos”, hasta un “monstruo”: un cable submarino que podía soportar “1.200 comunicaciones simultáneas”.
De ahí se pasa al “ruido” de la central Rotary, cuyas hermanas reales “ocupaban plantas enteras”. Estas centrales “hacían lo mismo que las operadoras”, pero de manera automática y Rodríguez y Sotelo la ponen a prueba durante la visita.
De ahí parte una evolución por los diferentes tipos de centrales más recientes, que se van intercalando con pequeñas explicaciones tecnológicas, un buen puñado de ejemplos de teléfonos de las últimas décadas, cabina telefónica incluida, hasta llegar a un final, que en realidad es el principio.
Y es que uno de los últimos pasos es el viaje a la telegrafía, con un telégrafo cedido desde Lugo y que sirve para mostrar los primeros pasos de la comunicación. De ahí, el recorrido aborda las comunicaciones con la mar: “En Teléfonica llevábamos la ‘Costera’”, señala Rodríguez, que explica que era la línea que los radiotelegrafistas de los barcos usaban, con código Morse, para ponerse en contacto con la estación costera de Eirís.