Que el Circo del Sol levantó admiración, divirtió y asombró a partes iguales debería ser una ley de mínimos, un baño de magia por el que el espectador pasa por caja. La cuestión es dónde se pone el listón de la impresión en los tiempos de la IA, del Chroma Key y en los que hasta las verbenas de verano parecen desafiar cualquier limite o reto. Pues bien, es ahí donde hay que poner en valor que día tras día, sesión tras sesión, millones de personas en todo el mundo acudan a la firma canadiense para encontrar viajes al límite de la imaginación y los sueños. Y es precisamente con lo que jugó ‘Corteo’ en su parada coruñesa.
La historia del funeral del payaso soñador, la de Mauro, cumplirá la próxima semana 20 años. Lo hará en A Coruña, donde el salto de la carpa de circo a la gran arena del Coliseum se sostuvo a la perfección, salvo con algún contratiempo en el acceso. Los que pagan por el Circo del Sol están diciendo: “Quiero ser sorprendido, a ver hasta dónde llegas”. Los límites del funanbulismo, la coreografía o el contorsionismo se quedarían en un show más si no estuvieran revestidas de una curiosa mezcla del universo Fellini (8 1/2 y I Clown), el kitsch de algunos personajes que referencian al Moulin Rouge de Luhrmann o incluso algo de musical de Disney en la banda sonora. Por cierto, la música en directo marca un salto cualitativo fundamental respecto a otras intentonas de menor nivel que han pasado por la ciudad.
La historia que cuenta el espectáculo es de sobra conocida, y seguramente pocos entendimos con todos los matices. Y no es que importase demasiado. El Circo del Sol podría hacer apasionante un documental de ornitorrincos, porque lo que importa es el cómo. Algunos pasajes, por cierto, recordaron a la puesta en escena de un musical del West End londinense.
Fueron momentos capitales durante la primera mitad, la más larga, el partido que Mauro juega en la playa. “Yo soy el Inter de Milán, tú el Dépor”, dijo con su acento italiano. Los coruñeses acabarían por perder 1-0, no sin antes hacer un par de mofas a Vigo, inteligibles por la constante mezcla de idiomas que usa el show en su afán por enganchar al público.
Quizás, el momentazo de la noche, y también en la tarde, fue el viaje del adulto de reducida estatura Anita volando por el Coliseum. Justo en los tiempos en los que en el cine la interpretaría una IA. Véase ‘Blancanieves’.
La segunda parte, menos onírica, permitió mucho más lucimiento de los artistas y dejó el único número con red de protección, además de homenajes a los clásicos con números de equilibrio en la escalera o malabares de toda la vida. Fue la previa a una traca final con todos los artistas sobre el escenario y un ejercicio propio de barras en los Juegos Olímpicos. De eso iba el cortejo de Corteo.