En el Lugar de San Cidre, en Bergondo, se encuentra un restaurante que lleva más de tres décadas siendo fiel a sus raíces, a la cocina gallega y al trato familiar: el Restaurante San Isidro. Situado en un entorno privilegiado dentro de la Reserva de la Biosfera Mariñas Coruñesas e Terras do Mandeo, este establecimiento combina producto local y una dedicación que se siente en cada plato.

Abrió sus puertas el 14 de febrero de 1990, el Día de los Enamorados. “Fue un viernes, me acuerdo perfectamente. Empezamos con un pequeño local centrado en carnes a la brasa, y con el tiempo fuimos incorporando el marisco y el pescado, siempre buscando mejorar”, cuenta Miguel Cedeira, su fundador. 

La cocina de San Isidro es una declaración de amor a Galicia y a su despensa. Aquí se trabaja con producto de proximidad, adquirido a pequeños productores, y se respeta al máximo la temporalidad. “Lo que hacemos es cocina tradicional gallega, sin artificios, con todo el sabor de antes”, explica Miguel.

Su especialidad son las carnes a la brasa -rubia gallega, angus, charolesa, buey del Pirineo- con una variedad de chuletones con IGP que son un verdadero reclamo. A esto se suman pescados como la lubina o el besugo, todos también cocinados a la brasa, y mariscos de temporada como la centolla, la nécora o la cigala, que se ofrecen en parrilladas por encargo.

Con el paso de los años, el restaurante ha ido ampliándose. Hoy cuenta con dos comedores (uno para 80 personas y otro para 50), parking propio, accesibilidad total y hasta un hostal con 14 habitaciones. “También hacemos eventos, bodas, comidas de empresa y catering para presentaciones, sobre todo en un radio de unos 20 kilómetros”, dice Miguel.

El equipo actual lo forman 18 personas, muchas de ellas con décadas de experiencia en la casa. “Somos una familia, y eso se nota en el trato. Hay clientes que llevan viniendo 25 años, que nos vieron crecer, igual que nosotros a ellos”, comenta con orgullo.

Un recuerdo entrañable

Entre esos lazos forjados con el tiempo, Miguel recuerda con especial cariño a Martín Pou, uno de los clientes más queridos del restaurante. “Era muy buen amigo, una persona muy cercana a nosotros. Sus hijos y nietos siguen viniendo, y siempre sentimos que forman parte de esta casa. Fue muy emocionante poder compartir tantos momentos juntos”, concluye el propietario.