En una semana en la que se ha hablado mucho de accidentes cerebrovasculares, la jefa de Neurología del Chuac, Mar Castellanos, recuerda los signos de alerta para detectarlo a tiempo y la importancia de actuar con rapidez, pues cada segundo cuenta. “Cuanto antes se administren los tratamientos, la posibilidad de que el paciente evolucione bien es mucho más alta”, asegura.
El término accidente cerebrovascular es erróneo, aunque todavía es muy utilizado. Lo correcto, según la Sociedad Española de Neurología, es ictus o enfermedad cerebrovascular. El más común es el isquémico, lo que se conoce como infarto cerebral, que ocurre cuando se detiene el flujo de sangre que llega al cerebro como consecuencia de que se tapona una arteria. Se da en el 80% o más de los casos. El 20% restante, aproximadamente, corresponde al ictus hemorrágico, que sucede cuando esa arteria se rompe y sale sangre.
También existen subtipos, entre los que se halla el ataque isquémico transitorio, es decir, cuando ese trombo se deshace solo. “Para que la población lo entienda, es cuando se recuperan sin necesidad de hacer nada, espontáneamente y en muy poco tiempo, generalmente en menos de una hora”, explica Castellanos. Sin embargo, no deja de ser un tipo de ictus. “Hay mucha confusión ahora con todo lo que sale de Raphael. Esto es lo que llama la gente un aviso, pero para nosotros es un ictus, lo que significa que a ese paciente se le va a tener que hacer un estudio para saber por qué le ha pasado”, afirma.
Actuar de forma inmediata cuando se sufre un ictus es clave para reducir su gravedad y, por ello, conocer sus síntomas es muy importante. El más habitual es la pérdida de fuerza, generalmente en un lado del cuerpo, afectando al brazo, la pierna y/o la cara. El más reconocido suele ser la boca torcida. Junto a ellos, también es común la pérdida de síntomas sensitivos, como no notar la temperatura o el tacto en una determinada zona del cuerpo.
Las alteraciones del lenguaje pueden ser asimismo un aviso de que se está sufriendo un ictus. Se pueden dar de diferentes formas e intensidades. “Hay pacientes que solamente notan que les cuesta un poquito, como cuando uno bebe que parece que arrastras las palabras, pero puedes mantener la comunicación”, explica la neuróloga. También hay casos más graves en los que al paciente le dejan de salir las palabras o, incluso, pierde la capacidad de hablar, “como si se hubiesen quedado mudos”.
También son frecuentes las alteraciones visuales, como perder la visión en un ojo o ver doble. Pero hay otros menos comunes, como cefaleas muy intensas. “Los pacientes te lo explican así: ‘me duele la cabeza como nunca en mi vida’”, indica Castellanos.
Reducir las posibilidades de tener un ictus está al alcance de todos con acciones sencillas. Aunque hay factores no modificables, como la edad, hay otros que dependen de uno mismo. El más importante es controlar la tensión arterial. “Los datos que tenemos nos dicen que la mayoría de la gente ni siquiera sabe que es hipertensa porque no se mira la tensión y los que lo saben tampoco están demasiado bien controlados”, alerta.
Un nivel elevado de colesterol o de azúcar se convierten también en papeletas para un ictus, al igual que el tabaquismo, un consumo excesivo de alcohol o el sedentarismo. “El estrés tiene cada vez más importancia. Es bastante habitual que las personas que tienen mucho estrés tengan niveles de tensión más elevados”, explica Castellanos.
La neuróloga también advierte de que cada vez se están dando más casos entre las personas jóvenes, algo que relaciona con los elevados índices de obesidad en España. “No lo estamos haciendo bien”, sentencia.