Si hubiera que medirlo por la alarma que causó la caída de un cascote en la calle Compostela, cualquiera diría que se trataba de un suceso inusual. Pero, en realidad, es cotidiano: según las estadísticas de Bomberos, el año pasado tuvieron que acudir a 246 emergencias por saneamiento de fachadas. Es decir, una (casi) cada 35 horas.
Normalmente se trata de pedazos de revoque de cornisa, como ocurrió en el caso del edificio de la calle Compostela el lunes. Otras veces es un letrero, o incluso una ventana que cuelga de sus goznes, pero siempre se trata de un problema debido al mantenimiento del edificio. No hay que olvidar que, a medida que envejece, el parque de viviendas de la ciudad necesita mayores cuidados y más reparaciones.
Esto se refleja en las estadísticas: en 2020 se contabilizaban casi 103.900 viviendas en la ciudad, según datos del Instituto Galego de Estadística (IGE). De estas, el 42% tenía más de 50 años de antigüedad. Y esto ocurría hace más de 14 años, por lo que en este tiempo la situación ha ido empeorando, a pesar de la aparición de bloques nuevos de viviendas en zonas como Xuxán.
De hecho, A Coruña es la ciudad gallega con el parque de vivienda de más edad después de Ferrol, según los datos del IGE. Y también el que más rápidamente ha envejecido: gran parte de los edificios en la ciudad corresponde a la época del desarrollismo de los años sesenta y principios de los setenta, cuando se produjo un éxodo del campo a la ciudad, y este ‘Baby Boom’ constructivo deja notar ahora sus efectos: a medida que los coruñeses cumplen años, lo hacen también los edificios en los que viven, sin que haya empezado a haber un relevo generacional hasta hace poco, con los grandes desarrollos y al recuperación de los antiguos esqueletos de hormigón que había dejado atrás la burbuja inmobiliaria
Esto no quiere decir que los edificios viejos sean los únicos que dan problemas. El de la calle Compostela (en realidad, el número tres de Juana de Vega) tiene poco más de 20 años, dado que fue construido en 2023, según datos del catastro.
Fuentes de Bomberos apuntan a que caída de cascotes propiamente dichos pueden reducirse al algo más de 50 al año. Por supuesto, el principal peligro que generan es que caigan en la vía pública, con la posibilidad de que alcancen a un viandante, aunque esto es extremadamente raro. El último caso registrado de este tipo data de diciembre de 2018, en la calle Matadero: una mujer estaba sentada en la terraza de una cafetería cuando le cayó una piedra que se desprendió de la medianera entre los número 76 y 78, lo que le produjo una brecha en la cabeza por la que tuvo que ser hospitalizada.
En el caso del martes, nadie resultó alcanzado por la piedra, lo que fue sin duda una suerte. El pedazo de fachada era una piedra de la esquina de la cornisa, y pesaba varios kilos. Más que suficiente como para matar a alguien si le impactara en la cabeza. Afortunadamente, los únicos daños los produjo en el suelo. Pasado el primer susto, se precintó la zona, como seguía ayer, por precaución, hasta que se examinara cuidadosamente el edificio.
La primera revisión la realizaron los propios Bomberos, minutos después de que se produjese el incidente. Como estos desprendimientos de la fachada suelen tener lugar después de un cambio brusco de la temperatura, se especula con que la reciente ola de color pueda haber producido una dilatación en la cornisa seguida de una concentración por el descenso de la temperatura y la lluvia.
Estas intervenciones implican, en el 99% de los casos, la utilización de vehículos de altura. A veces, algún vecino, un viandante o incluso la Policía Local descubren que el elemento de la fachada está a punto de caer antes de que llegue a hacerlo. En todo caso, el procedimiento es el mismo, se retira cualquiera material susceptible de desprenderse y se deja el resto a la Sección de Conservación y Ruinas de la Concejalía de Urbanismo para hacer un examen en condiciones que determine si es necesario acordonar el tramo de acera o, incluso si hay que ir más allá, e instalar un andamio que cubra toda la fachada a la espera de una reforma que solvente el problema de forma definitiva.
El caso más extremo que que se registró este año tuvo lugar en el cruce de la calle Tui con Atocha Alta el 31 de mayo: de madrugada, los vecinos escucharon un fuerte estruendo pero no supieron lo que había ocurrido hasta el día siguiente cuando descubrieron que el edificio había colapsado, hundiendo el tejado y la segunda planta, y quedando en pie tan solo la fachada. En este caso, al tratarse de una ruina deshabitada, tampoco se registraron heridos, y al mes siguiente una pala excavadora se encargó de derribar lo que quedaba en pie.
A los dueños de los edificios o a las comunidades se les exige que presenten el Informe de Evaluación del Edificio (IEE) que acredita la situación en la que se encuentra el inmueble no solo en relación a su estado de conservación, sino también al cumplimento de la normativa vigente sobre accesibilidad y a su grado de eficiencia energética. El plazo terminó en mayo.
Esta revisión es obligatoria para cerca de los 10.000 edificios en la ciudad, según fuentes municipales, pero el Colexio de Arquitectos de Galicia (COAG) estima en que no se han presentado IEE ni siquiera una tercera parte, aunque se apercibió a las comunidades con un año de adelanto.
A pesar de todo, Ruth Varela, la presidenta de la delegación coruñesa, defiende el trabajo que se ha hecho hasta ahora. “En toda Galicia, somos los que más IEE hemos hecho. Las comunidades se han puesto bastante el día, pero todavía queda mucho por hacer”, comenta al respecto.
A Coruña es la “punta de lanza de Galicia”, en palabras de esta arquitecta, que reconoce que, dado que el plazo acabó el 20 de mayo, todo el mundo debería haber entregado su IEE, “Pero también hay que tener en cuenta todas las que se están tramitando y que no figuran en ninguna estadística”, matiza Varela, que insiste en que, comparadas con las de A Coruña, las cifras de otras ciudades parecen ridículas. Los asesores inmobiliarios son responsables de dar trasladado de los IEE, algo que es mejor hacer cuanto antes. “Porque luego vienen las sanciones”, advierte.
Para la portavoz del COAG, es necesario instaurar en la conciencia de los propietarios una cultura del mantenimiento. “Igual que ocurre con un coche. Si pasan quince años y no le has hecho una revisión, claro que va a funcionar mal”, ejemplifica. A veces resulta difícil creer que algo tan grande como un inmueble tenga que recibir cuidados.
Pero es mejor siempre arreglar cualquier desperfecto cuando es todavía pequeño que esperar a que crezca porque “va a costar muchísimo más dinero” como señala la arquitecta. Por supuesto, esto repercute en el bolsillo de los propietarios, la principal razón por la que muchos se retrasan en redactar un IEE. A menudo se suman varios problemas: un edificio viejo, de pocas alturas, lo que significa que hay muy pocos vecinos entre los que repartir la derrama. Y que los residentes pueden ser jubilados con escasos medios económicos. En ese caso, el precio de la reparación puede volverla prohibitiva.
Varela se muestra comprensiva a este respecto pero por eso insiste en la prevención para evitar “mayores gastos o disgustos”. Seguro que a raíz de los IEE que se han presentado hasta ahora, más de una comunidad tiene que echar cuentas y tendrá que pedir un crédito para afrontarlo. La representante de los arquitectos coruñeses señala que la vivienda consume una gran parte de la renta, lo que deja cada vez menos para arreglos. A los residentes que viven de alquiler, que son cerca del 30% de los coruñeses, y que tienen que pagar cada mes por su vivienda, les queda el consuelo de que no tendrán que abonar carísimas derramas.