Cuenta la leyenda, y algunas páginas web también, que el Kiosco Alfonso debe su nombre a un rey homónimo, concretamente Alfonso XIII. Dice la web municipal que el recinto se llama así “para conmemorar una visita” que el monarca hizo a la ciudad. El rey estuvo en A Coruña en dos ocasiones antes de la inauguración del Kiosco, en 1900 y en 1909 –vino también en 1927 pero ahí ya llevaba años funcionando el local–, pero la realidad es otra bien distinta.
El Kiosco Alfonso, tal y como lo conocemos hoy, era a principios del siglo XX el kiosco, con minúscula, de Alfonso. El nombre, por lo tanto, procede del propietario del establecimiento y la persona que se encargó de que fuera el más concurrido y conocido de entre todos los de su clase que había en el Relleno. ¿Y quién era este Alfonso?
Alfonso, el del kiosco, era Alfonso Vázquez Martínez, un empresario de la época que tuvo la visión suficiente para saber que, de aquel puesto de madera que tenía en los jardines, tenía que avanzar para ofrecer algo más. Así, en 1912 solicita permiso al Ayuntamiento para ampliar el local y presenta un proyecto que los coruñeses, que podían verlo expuesto en la calle Real, aprobaron por unanimidad.
En noviembre de ese mismo año informaba el periódico ‘El Noroeste’ del “hermoso proyecto” desarrollado por Alfonso Vázquez, “atento a los gustos del público y orientado a la moderna en el desarrollo de sus iniciativas, completando su kiosco del Relleno, el más llamativo y también el más concurrido, construyendo una nueva edificación que más bien parece un magnífico y espléndido palacio veraniego”. El proyecto, que costaba 20.000 duros, se exponía en un escaparate de la calle Real.
El kiosco, primera obra destacada del arquitecto Rafael González Villar, tenía “dos cuerpos, con airosas arcadas y amplios ventanales en los que el vidrio y el hierro forman artísticos dibujos y caprichosas combinaciones de mucho efecto”.
El empresario y su esposa, Dolores Leira, obtuvieron, no sin cierta polémica entre los concejales del momento, una prórroga municipal de veinte años sobre los terrenos para construir “una nueva, amplia y artística instalación destinada a la venta de café y refrescos”.
El Ayuntamiento aprobó en diciembre de 1912 el proyecto, que sustituía la instalación de los kioscos número 4, 5 y 6 por otra de dos cuerpos, de cemento armado, hierro y madera, y en 1913 se inauguró el nuevo edificio.
El kiosco de Alfonso era de los más visitados de la ciudad y en 1917, sufre una nueva reforma para acoger espectáculos: música, canto, baile y cinematógrafo. Hoy hay solo uno pero, en aquel entonces, eran los kioscos del Paseo: La Terraza, propiedad de los señores Feal, el Kiosco “Alfonso”, que se anunciaba en ‘El Orzán’ como “el café preferido del público”, y el de los americanos.
Ha tenido más vidas que un gato y ha sido de todo: puesto de café y refrescos, restaurante, sala de fiestas, local de conciertos o cine, en su primera etapa, y sala multiusos tras su reforma, e incluso local de votación para las primeras elecciones municipales, el 26 de enero de 1979.
Pasó por varias reformas, una de ellas importante entre 1931 y 1934, para sustituir la fachada modernista por otra art-decó. En 1982, el arquitecto Xosé Manuel Casabella transforma el edificio en palacio de exposiciones. Se vacía por completo el inmueble, conservando y potenciando las fachadas originales e incluso se rescatan luminarias exteriores gracias a fotos antiguas. Los vidrios de la planta baja se graban según los diseños originales del pintor Jorge Castillo.
“Hombres como Alfonso son los que la ciudad necesita para hacer las cosas”, decían los periódicos de aquel momento del hombre que le puso nombre al quiosco más famoso de A Coruña. Su padre, Alfonso Vázquez Abelenda, era un empleado de la Junta de Obras del Puerto muy apreciado por sus vecinos.
Su hijo no siguió su camino y se convirtió en empresario de éxito, como responsable del Kiosco Alfonso y en “La Unión Industrial S.A.”, en donde era vocal del Consejo de Administración. Incluso se metió en política y llegó a ser concejal, como independiente primero y como republicano después, “con importantes cometidos en el ejercicio de estas funciones”, como le recordaban los diarios en las necrológicas. Su fama como hombre de negocios le ayudó en su carrera política y le permitió ser un hombre muy respetado en toda la ciudad.
El 16 de diciembre de 1932 fallece en su casa de Alvedro. Los diarios le recuerdan como un “inteligente industrial” e impulsor del edificio que lleva su nombre en la carrera Sur del Paseo de Méndez Núñez.
Era una persona conocida y apreciada en la ciudad y su fallecimiento, rezaban las notas de despedida tras su muerte, será muy sentido. Queda su Kiosco, aunque pocos sepan que, en realidad, se llama así por él.