Enlazar el pub o la discoteca con el negocio de hostelería más tradicional es una costumbre tan coruñesa como saltar la hoguera de San Juan. No obstante, el matiz, con el paso de los años, ha variado ligeramente: donde antes eran todo bocadillos en forma de bomba calórica, churros o chocolate, aderezados con alguna cerveza de sustento, son ahora copas y prórrogas de una fiesta que se ha quedado corta para muchos. El cierre de buena parte los afters tradicionales, así como la búsqueda de la tranquilidad y cierta privacidad, han llevado a que las cafeterías más madrugadoras sean ahora una opción, especialmente para un público más maduro.
Se trata básicamente de una elección para los sábados y los domingos por la mañana, aunque los lunes también los trabajadores de hostelería optan por aprovechar el que para muchos es el único día de libranza en la semana. No existe una cafetería específica, sino que cada grupo de amigos tiene su lugar de confianza, su bar donde reunirse en pequeño círculo para seguir sus ‘debates’ y ver pasar las horas como si de un pub se tratase. Ya no es la elección entre Torre Esmeralda, Delicias o Palloza. Depende del segmento de edad, la zona y la complicidad con el dueño. Y es que ese es otro factor fundamental: se trata de un pacto de confianza entre el hostelero y unos clientes que se comporten, que no provoquen un efecto llamada y que convivan con quienes desayunan, bajan a leer la prensa o simplemente encaran su jornada laboral.
No es una tendencia que haya pasado inadvertida para la Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería de A Coruña. Su presidente, Héctor Cañete, cree que no existe la fórmula perfecta para congeniar la querencia por continuar la fiesta y el trabajo matinal. “Es un tema muy complejo y buscar solución a algo que no la tiene siempre es difícil. Las mañanas en las cafeterías siempre han tenido ese tipo de clientela, lugares de primera hora donde la gente quiere continuar la noche”, dice.
Ni unos ni otros hacen nada ilegal, pero a veces existen cierto tipo de limitaciones por parte del hostelero. Por ejemplo, no despachar alcohol hasta las 12.00 horas. Según Cañete, el tipo de clientela de los afters en las cafeterías no agrada a todos sus asociados, pero tiene un carácter en buena medida rotativo.
En el otro lado de la balanza están Samuel y Sergio, dos amigos que se han acostumbrado a prorrogar sus noches de pub. Lo hacen con normalidad, como si de buscar un pub más se tratase: desayunan una tapa, junto con una cerveza y a veces hasta cae alguna partida a las cartas o a los dardos. Lo acompañan de la selección de vídeos musicales en la televisión e incluso se han hecho amigos de la gerencia y de clientes de toda la vida. El motivo lo tienen claro: “Si bajas a la una de la mañana a un pub y te cierran a las 04.30 horas, no te apetece irte a casa. Casi te lleva más cenar y arreglarte de lo que puedes disfrutar dentro de un local. Y si quieres ir a dos o a tres es imposible”. Por encima de los 30, pero todavía lejos de los 40, defienden sus hábitos. “Siempre te queda la discoteca, pero a las 06.00 horas ya están cerrando. Somos gente tranquila y como nosotros, muchos más. El problema es que, por dos tontos o tres, todo coja mala fama. Pero eso pasa con todo”, añaden sobre lo que se encuentran en el interior y su forma de pasar la mañana.
Acostumbraban a ir a afters, pero cada vez hay menos y los que quedan, aunque sea eventualmente, tampoco los pisan demasiado. “Estar en un bar donde hay confianza es como el salón de tu casa, pero sin molestar a los vecinos”, explican. “Además, aunque no tengas nada que esconder, tener a la Policía encima todo el rato es una pesadez”, agregan.
Uno de los hosteleros clásicos de la ciudad, que ha vivido a caballo entre el día, la noche y la última hora, tiene asumido que todo lo que signifique prohibición está en las antípodas de la solución o de conseguir el efecto deseado. Lo comprobó con la discoteca Pirámide, uno de los últimos establecimientos de la mañana en cerrar: La gente no ha dejado la zona de Juan Flórez, simplemente ya no están dentro de una discoteca. “Como decía un importante mando policial: la gente no desaparece, simplemente se transforma y cambia de lugar. El acabar con los locales de primera hora no va a solucionar el problema de lo que significa el término”, advierte. “El Ayuntamiento puede colgarse muchas medallas, pero la gente no deja de salir de afters, así que lo mejor es tener a la gente localizada en un sitio”, afirma.
Con los datos en la mano, algo que desde el cese temporal de actividad en Pirámide ha querido constatar, el hostelero pone en evidencia la demanda de los clientes. “En el último año, en Madrid han abierto 14 discotecas y 29 afters. La tendencia del empresario siempre es solucionar las demandas de la gente”, matiza. “En A Coruña, en su día, llegó a haber 37 casas de citas. Hoy quedan 11, lo que no significa que se acabara con ellas. Lo que han aumentado son los tapadillos”, expone.
En definitiva, el hostelero cree que medidas como la ampliación de horarios o la desregularización de los mismos son la única solución para evitar que los ambientes entren en conflicto en la hostelería. “Cuando las discotecas cierran a su hora, la gente no quiere que acabe la noche, simplemente se van a mover a otros sitios. No puedes ir contra natura, lo primero que hay que hacer es sentar a los actores de la película y buscar consensos”, finaliza.
Un ejemplo, en ese sentido, es el éxito de las iniciativas WakeUp del grupo Pelícano, como la que el próximo Fin de Año extenderá la fiesta hasta el 2 de enero: miles de personas dentro de un recinto especializado en fiesta y donde no existe ningún tipo de conflicto vecinal. Según afirma la propia gerencia, el comportamiento allí es siempre “modélico”.