Están profundamente vinculados los movimientos solidarios a momentos musicales para la posteridad. A esa misma conclusión debió llegar uno de los asistentes a la sala Inn Club, donde se refirió a la versión coruñesa del Son Valencia como una especie de Live AID a pequeña escala. Y es que, marcando las distancias, tanto en el primigenio festival de los 80 como en su versión del siglo XXI por aquellos escenarios pasaron los grandes del rock a nivel mundial. Por el recinto del puerto pasó, con algunas ausencias puntuales, lo que puede considerarse un cartel casi insuperable de artistas en plena explosión, referentes de la música gallega moderna. Y ahí reside parte de la magia y la grandeza de la experiencia: lograr reunir en tiempo récord una selección de artistas a los que hace tiempo las salas se les quedan pequeño, pero que volvieron a la casilla de salida para mirar a Valencia a ras de público.
Resulta difícil construir un relato a golpe de teclado, mientras de cintura para abajo el cuerpo aún parece seguir los pasos de baile que durante horas se pegó por la pista de la Inn. A pesar de la tragedia, tal y como remarcaron algunos de los protagonistas, fue un encuentro de celebración, sin momentos 'Everybody Hurts' y con mucho verbeneo. "En vez de chorar decidimos festexar por Valencia", advirtieron Mondra.
Aviones humanos pululando por la pista, dos chavales poniendo patas arriba la pista con letras de broma o una orquesta de viento poniendo a bailar pasodobles trap a gente de entre 20 y 35 años. Todo eso y más resume el microfestival en el que también es necesario romper una lanza en favor de la organización: actuaciones exprés de estilos totalmente diferentes el uno del siguiente, y cuyas transiciones fueron rápidas, eficientes y sin apenas 'cuestiones del directo'
Curtidos en mil festivales a nivel nacional, como por ejemplo el Primavera Sound, los boirenses tomaron la alternativa de Grande Amore y mariagrep. "Estamos nunha noite moi especial, unha causa coa que todos temos empatía e grazas a tódolos que estades aquí. Imos reventarvos a cabeza un anaco", advirtió la bajista y vocalista Isabel Cea.
Capaces de conquistar un arenal como Riazor el pasado Noroeste, su noise rock en versión compacta de 20 minutos fue como un puñetazo de media tarde en un recinto que aún no estaba a rebosar. La primera 'caña' de la tarde, que provocó algún intento de 'slam', los bailes en círculos tan populares en los conciertos de rock
El Rodrigo Cuevas de Recesende fue el primer exponente de esa tan eficaz y resultona fusión entre las cantareiras, la música electrónica y las compañías de danza, sobre todo cuando las letras transmiten la galeguidade y el sentimiento que logra el joven y polifacético artista. Subió con sus dos compañeros de banda ataviados como 'Saco de pulgas', un mono blanco y rojo que parecía de una empresa de fumigación.
Una lata gigante de Pimentón Jauja y un instrumento de percusión forrado con piel de vaca dieron una atmósfera enxebre y kitsch al mismo tiempo, aunque nunca por encima de una propuesta musical que alcanzó el clímax con 'Punheta', el tema en el que colaboran con Fillas de Cassandra. "Vai para a Terreta e o País Valencià", exclamaron antes de despedirse.
Después del rock y el folk Sabela puso el único momento de intimismo y pausa en todo el mini festival. "Ahora llega el heavy metal de verdad", bromeó antes de referirse a su propuesta como "un punto de inflexión más reflexivo" en la noche.
Quizás, el momento más especial fue su interpretación de 'Camariñas', un clásico popular que fue coreado por todos los presentes, en una demostración de que, contra lo que piensan muchos, los himnos del cante gallego siguen más vivos que nunca.
Enfundados en los característicos colores de la bandera de Bulgaria, homenajeando a la atleta de halterofilia a la que han hecho icónica en Galicia, con siguieron el primer éxtasis colectivo de la noche. No hubo vuelta atrás. Se subieron a todo lo que se podían subir, hicieron bailar al más tímido e hicieron de la Inn un lugar de catarsis colectiva.
Seguramente, los grandes triunfadores de la noche. El grupo que de por sí arrastró más fans y al que hace tiempo que los conciertos para cientos se le quedan pequeños. Hace unos pocos meses provocaron la locura de decenas de miles de personas en el Noroeste y se atrevieron a llamar teloneros a Vetusta Morla. La máquina del baile y el buen rollo, como les gusta denominarse, sigue engrasada y a pleno rendimiento.
La ya habitual legión de fans procedentes de Muros se mezcló con la que se han ganado en A Coruña y su área. Cada uno de los cinco temas intepretados por los de la Costa da Morte fue un desafío a mantenerse en pie y volver al mismo sitio. 'O avión' y 'La favorita', los dos hits de cierre, fueron un karaoke con pogo y conga al mismo tiempo que pone en valor la capacidad de unos jóvenes en constante crecimiento para seguir dominando las distancias cortas. Fue el momento de la noche, el clímax, la fotografía de una noche especial.
El estado nacional de fiesta lo habian declarado The Rapants, pero la verbena fue cosa de Ortiga y su fusión entre la banda de vientos de Los Satélites, el pasodoble, las letras con pura retranca gallega propias de una conversación de veinteañeros y la electrónica dance de los 90. Y todo con unas caras de alegría y conexión que evidencian la fórmula acertada de la banda.
La salsa, el merengue, la bachata y el auto tune conviven hasta lograr una conga colectiva de despedida, antes de dar paso a una media hora de cierre final a lo bestia.
Quizás la banda que más repercusión internacional ha tenido de todas las que conforman el cartel, y la que resulta más especifica y especial para aglutinar gustos. Para entonces sólo quedaban 'especialistas'. Los más bailongos estaban derrotados, aunque aguantaron la descarga de pura energía de la pareja gallega. Fue, como decían los directores de cine clásicos, empezar con una explosión y acabar con un terremoto