Vecinos de la Sagrada Familia realizaron el pasado viernes una cacerolada frente a un supuesto narcopiso (fuentes de la Policía Nacional confirman que allí se trafica) en el número once de la calle del mismo nombre. Acudieron unas ochenta personas, pero no consiguieron su objetivo: que los traficantes, los “hermanos zapatilla” abandonar su hogar. Se trata de un episodio más en una ola de casos que se está extendiendo por toda la ciudad, como una forma de combatir el fenómeno de los narcopisos.
La lista es cada vez más extensa y aunque no es algo nuevo, si parece haberse vuelto cada vez más frecuente: Os Mallos (septiembre de 2021) contra casas okupadas por inmigrantes irregulares donde se vendía droga; los vecinos de la plaza del Comercio, contra el 120 de la ronda de Nelle (seis de septiembre de 2023); el famoso incidente de los vecinos de Monte Alto en la calle Washington (cinco de febrero), que fue el primer éxito contra una casa okupa, que lograron desalojar en la segunda protesta; el de los vecinos de O Ventorrillo frente a un local de Monasterio de Bergondo (cuatro de marzo). Y ahora, la de la Sagrada Familia.
A esto hay que añadir la creación de una ‘patrulla vecinal’ en el Barrio de Las Flores y otras iniciativas parecidas. El éxito de algunas anima a otros a emularlos, a pesar de las advertencias de las autoridades sobre que puede ser peligroso e incluso contraproducente.
Al incremento del tráfico de drogas en los últimos años se ha venido sumando el del fenómeno okupa, individuos marginales que se instalan en los edificios abandonados que salpican casi toda la ciudad. Aunque la Policía Nacional advierte de que solo una pequeña parte de los puntos negros de tráfico de drogas son pisos o bajos okupados, estos nuevos intrusos en los barrios han venido acompañados de robos, peleas, y otras molestias que generan una sensación de inseguridad mayor de la que reflejan las estadísticas oficiales. Estas, por otro lado, reflejan que A Coruña es la ciudad con mayor tasa de delitos de Galicia.
Muchas de estas convocatorias, como la de Os Mallos, la de O Ventorrillo o la de la Sagrada Familia, no han sido organizadas por las asociaciones de vecinos de los barrios, sino por individuos particulares furiosos por la aparente inacción de las autoridades. Las asociaciones a menudo rechazan estas protestas porque consideran que son desproporcionadas y manchan la imagen del barrio.
Este fenómeno no sería posible si no fuera por las redes sociales. Concretamente, la aplicación Whastapp. Prácticamente cada barrio tiene la suya, grupos donde los vecinos comparten imágenes, noticias y comentarios donde expresan su preocupación. Se mantienen al corriente de cualquier incidente o sospecha. Y allí es donde se acuerdan las movilizaciones.
El éxito de estas movilizaciones es cuestionable, señalan fuentes de la Policía Nacional. Aunque en Monte Alto y O Ventorrillo la presión de las cacerolas y los pitos consiguió expulsar a los traficantes, estos se reubicaron a escasa distancia, en otro bajo. Además, solo se mueven cuando no se trata de su vivienda habitual. De lo contrario, resisten hasta que los ánimos se calman.