Fina Baliñas | “Un paciente me llegó a decir: ‘Esto es un castigo, lo tengo por hacer cosas que no debo’”

Enfermera durante casi cuatro décadas, recibió este miércoles el Premio Tomás Fábregas por su labor contra la desestigmatización del sida y el VIH; fue la impulsora de la unidad específica del virus en el hospital de A Coruña y, hasta su jubilación, el año pasado, luchó por mejorar la vida de los pacientes
Fina Baliñas | “Un paciente me llegó a decir: ‘Esto es un castigo, lo tengo por hacer cosas que no debo’”
Baliñas muestra en el acto del Ayuntamiento la camiseta que llevó Tomás Fábregas

Cuando el diagnóstico firmaba una sentencia de muerte, en el hospital de A Coruña había una persona que iluminaba el camino. Fina Baliñas recibió este miércoles el premio Tomás Fábregas por su labor contra la desestigmatización del sida y el VIH. Enfermera coruñesa durante casi cuarenta años, fue la impulsora de la unidad específica del VIH y la primera persona en atender a los pacientes tras conocer la noticia.

 

Es usted la primera persona galardonada con el Premio Tomás Fábregas.
Sigo con resaca emocional. Fue un acto tan bonito, tan tierno. No tengo palabras para agradecer al Ayuntamiento lo bonito que lo hizo. La alcaldesa fue muy cercana y cariñosa conmigo y con mi familia. No estoy acostumbrada a esto, sobre todo siendo una persona anónima. Nunca creí que fuese a pasar algo así en el final de mi carrera, ni en mis mejores sueños.

 

Se jubiló en noviembre después de una vida dedicada a pacientes con VIH. 
Cuando me jubilé, ya desde hacía seis meses, me iba despidiendo de los pacientes. No te puedes ni imaginar cómo me despidió cada uno, con abrazos, besos... Hablamos de pacientes que tenía desde hace muchísimos años. Es toda mi vida profesional, 38 años dedicados al VIH. Había pacientes que llevaban décadas y que solo hablaban conmigo de eso porque no se lo decían ni a su familia ni amigos porque tenían miedo de la discriminación y solo se desahogaban en la consulta. 


¿Cómo era su labor en los duros momentos en los que no existía tratamiento?
Fue terrorífico. Los primeros tres años no existía la consulta. Nosotros estábamos en planta y la mayoría tenía sida. No teníamos cómo pararlo y el virus te iba comiendo por dentro, bajando las defensas y aumentando la carga viral. Esto hacía que estuviesen más propensos a enfermedades oportunistas y morían. Antes del tratamiento, lo que había era una sentencia de muerte.

 

Gente, además, muy joven.
El otro hándicap es que era gente de mi edad. Yo soy de la edad de las drogas, cuando empezó la drogadicción por vía intravenosa. En mi generación todos íbamos a los mismos sitios, como el Patacón, Pirámide, el Playa, Punto 3, la Ciudad Vieja... nos movíamos como hoy todo el mundo, por los mismos sitios. Entonces, claro, era gente conocida, amigos, que veías morir. Poníamos medicación para las enfermedades oportunistas, pero no teníamos nada para frenar el sida.

 

¿Cómo sobrellevaba el ir a trabajar sabiendo que no se podían salvar vidas mientras se luchaba por el tratamiento?
Ahí fue cuando te empiezas a cuestionar y tienes que buscar unas herramientas para ayudar a morir en paz, que es fundamental. Yo conecté a uno de mis mejores amigos para que no siguiera sufriendo y llevara una muerte más dulce. Él, mirándome a los ojos, me dijo: ‘No llores, Fina, no llores’. Como profesional no puedes llorar, pero era inevitable y el vínculo emocional que había era tremendo. Lo cogí de la mano, le dije ‘estoy aquí’, y empezamos a hablar de cuando salíamos, hasta que se quedó dormido. Era eso, coger de la mano, estar ahí.

 

Muchos de los pacientes pasaban sus ingresos solos.
Antes, en aquella época, todo el mundo moría de ‘cáncer’, no de sida. Mucha gente estaba abandonada por su familia, entonces hacíamos una piña. Al principio la mayoría eran usuarios de drogas y nosotros teníamos mucha relación con Aclad. Allí se hicieron pruebas y los positivos eran tremendos, porque sangre con sangre es la primera fuente de infección. En planta tenías a pacientes normales mezclados con pacientes VIH en habitaciones de cuatro camas y teníamos miedo de no ser capaces de controlar el conflicto que había. Queríamos atender bien a los pacientes y ahí ayudó mucho también Casco, que venían de forma voluntaria a echarnos una mano.

 

Yo conecté a uno de mis mejores amigos para que 
no siguiera sufriendo y llevara una muerte más dulce

 

¿Fue ese un punto de inflexión?
Ahí me di cuenta de que necesitábamos más que la técnica. Nos empezamos a formar. A través de un laboratorio nos dieron la opción de ir los fines de semana a hacer cursos de counseling para aprender a tener empatía y ponerte en el lugar del otro. Esa fue la salvación de mi vida. Empecé a trabajar eso intensamente y aprendí a manejar situaciones. En la facultad te enseñan la técnica, pero no las herramientas para hablar con el paciente.

 

Siempre luchó contra el estigma que generó el virus.
Había un estigma total y absoluto, también en el hospital. Desde el primer día en el que empecé a trabajar hasta que me fui, siempre luchando contra el hospital. No entendían lo que era esto. Íbamos con miedo a trabajar, pero no por infectarnos, sino por el conflicto que suponía, porque nadie quería echarnos una mano ni saber lo que pasaba en la planta. Nos sentíamos solas y sufrimos amenazas, robos... no te puedes ni imaginar lo que hemos pasado. Otros compañeros sí que te apoyaban y siempre agradeceré al doctor Pedreira, a Ángeles Castro, la doctora López Calvo y ahora a Álvaro Mena y la doctora Vázquez.

 

¿Cómo animaba a los pacientes a liberarse de ese estigma?
Era un trabajo diario. Un paciente me llegó a decir: ‘Esto es un castigo, lo tengo por hacer cosas que no debo’. Yo respondí que no, que nunca has hecho cosas que no debes, sácatelo de la cabeza. La vida sexual de cada uno es de cada uno y todas las prácticas sexuales son buenas mientras las personas que estén involucradas acepten lo que están haciendo. Era también una época en la que la gente tenía muy oculta su homosexualidad y yo intentaba que tuviesen la suficiente tranquilidad y confianza para saber que, de lo que hablásemos, nadie se iba a enterar. Trabajar esa parte costaba.

 

Ayudaba psicológicamente a los pacientes, pero usted también necesitaría apoyo al vivir algo así.
Totalmente. He tenido el apoyo de todos los pacientes, como cada vez que teníamos que hacer un cuestionario o un ensayo clínico hace más de veinte años. También las instituciones como Casco, Aclad y ALAS, que luchó mucho para que tuviésemos la PrEP, el seguimiento de las ITS y citologías anales. Y Padre Rubinos y la Cocina Económica, que cuando un paciente vulnerable en tratamiento no venía, nos ayudaban a hacer de ‘detectives’ y tenerlo localizado para que el virus no se transmitiese, que es un trabajo fundamental de mi carrera y desconocido por la población.

 

Hoy en día se puede solicitar la PrEP (profilaxis pre-exposición al VIH) en el hospital. 
Ha ayudado mucho, pero costó que la aceptase el hospital. En nuestra unidad, aparte de llevar pacientes VIH positivo, decíamos que ya con la PrEP hay que mirar las ITS, porque la pide un usuario cualquiera que viene a buscar un tratamiento por los motivos que sea. La sexualidad es muy amplia y cada uno tiene la que quiere. Nadie tiene que juzgar la práctica sexual de nadie. Hay muchas palabras que tengo marcadas, pero promiscuidad, la odio. No se puede dar un paso atrás en ninguna lucha conseguida. A los jóvenes: el futuro es vuestro, no bajéis los brazos. 

 

La camiseta que llevó puesta a la entrega del premio en María Pita pertenecía a Tomás Fábregas. 

Mi amiga Paula tenía la camiseta con la que él entró en Estados Unidos y yo quería tener a Tomás conmigo. Pensé: 'La voy a llevar, quiero que esté presente con nosotros porque ha luchado muchísimo. Su premio tiene que estar con nosotros de alguna forma y qué mejor que con esta camiseta. Todo esto tiene que quedar en nuestro ADN y no dar ni un paso atrás. Hay que defender la sanidad pública por encima de todo. La gente, cuando va a votar, tiene que darse cuenta de que está en su mano que la sanidad sea de verdad y pública. Y la tenemos que cuidar.

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