Javier Cañás Caramelo | “Era un fanático de la ropa; prefería ir a trabajar a jugar al fútbol”

Coruñés de la calle Sol, siempre ha presumido de su ciudad allá por donde iba. “Y, cuando éramos los reyes, todo lo que se podía comprar en La Coruña, lo compraba aquí”, recuerda
Javier Cañás Caramelo | “Era un fanático de la ropa; prefería ir a trabajar a jugar al fútbol”
El entrevistado elige para la foto el Orzán. “A cien metros de donde yo nací, entre la calle del Sol y el sanatorio Modelo”. Aquí era donde tenía los amigos y donde jugaban: al fútbol, al frontón y, de vez en cuando, a guerras de pedradas o a ha

Conocido, sobre todo, por su segundo apellido, la ropa era una constante en la vida de Javier Cañás Caramelo (A Coruña, 1948), desde niño, con una madre profesora de corte y unos tíos representantes. A los cinco años, cruzaba desde la calle del Sol donde vivía hasta la Barrera para comprar un hilo para una tela o a buscar alfileres. “Con propina, si no no iba”, recuerda con sorna.

 

No quiso estudiar y ya desde que era casi un niño se emperró en trabajar en moda con su tío José Antonio, con el que acabaría forjando el imperio Caramelo, una marca que desapareció hace años pero que muchos siguen recordando e, incluso, llevando prendas con esa etiqueta. Llega con un impecable abrigo azul marino y una bufanda de su última aventura, Etiem. Cañás Caramelo es un hombre muy agradecido a la vida: “Hasta he tenido un infarto y me he salvado –comenta–; me dijeron: ‘Si te llegan a traer un cuarto de hora más tarde, no lo cuentas’. Eso fue en 1998 y ahora tengo seis stents”.

 

¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de la ciudad?

Buf, muchos… Iba con mis padres y con mi hermano al jardín, que entonces había peces… ¿Qué me llamaba la atención? Cuando venía el circo.

 

¿Dónde se ponía el circo?

En la Palloza y en Riazor. Recuerdo al más famoso de todos, el circo Atlas, el de los hermanos Tonetti.

 

¿Y dónde iban al cine?

Iba mucho al Hércules, que estaba subiendo la calle de la Torre. Y, por proximidad, al Goya, pero eso ya era un artículo de lujo. Lo pasábamos bien. Yo no voy en contra de las tecnologías pero en cierta manera me entristecen los niños. No se hablan entre ellos, están con las maquinitas. Nosotros jugábamos siempre al fútbol.

 

¿Y con qué barrio se peleaban?

Íbamos a la plaza de Pontevedra y les declarábamos una guerra. Cogíamos unas varas de los árboles, yo creo que eran plátanos, y nos dábamos. Y recuerdo una cosa peligrosísima: con las varillas de los paraguas hacíamos arcos.

 

Empiezan a no parecerme tan mal los móviles…

(Risas) Recuerdo una vez que, como los indios, cogimos un prisionero, no sé si era de la calle del Orzán, lo pusimos delante de un portalón y con las flechas, a tirar. No le atravesamos la cabeza de milagro. Éramos muy tontos. Lo que no llevábamos era navajas…

 

Pero, alguna piedra sí…

Hacíamos guerras a pedradas. Allí en el puerto, donde estaban las maderas y descargaban las piedras, unos aquí y otros allí y... ¡hala!. Yo tuve suerte, pero mi hermano tiene una brecha aquí en la cabeza de una pedrada.

 

Fue a Salesianos, al Masculino pero no estudió mucho más...

No, mi estudio fue todo dedicado a la ropa. Era fanático de la ropa. Mis tíos, tres de ellos, tenían representaciones, uno especialmente. Yo los domingos tenía que ir a jugar con el Orzán, pero no iba. Iba a casa de mi tío a ayudarle a preparar todo. Había que etiquetar, poner la referencia, el precio… Mi ilusión era que llegase el domingo para ir allí a trabajar. Llegó un momento en que no quería estudiar. Y en mi casa, te puedes imaginar.

 

¿Cuántos años tenía?

Tendría yo doce cuando fue la peor crisis. Me dijeron que si aprobaba todo podía ir a trabajar. Pero me engañaron: aprobé todo, alguna nota buena y me volvieron a matricular y ahí empezó la guerra en casa. No comía, no era feliz y no hacía tampoco feliz a mis padres. Me llevaron al psiquiatra y él les dijo: “Miren, lo que quiere el chiquillo es trabajar”. Así que mi tío pidió trabajo en una tienda muy famosa, una auténtica escuela, La Gloria de las Medias, que después fue Dimazoy. Te enseñaban a trabajar, a barrer, a estar dentro del mostrador… Entré a los 15 años y ahí empezó mi vida profesional. A los 16, mi tío necesitaba un ayudante y me dijo que lo mejor era hacer la mili y quitármela de encima. Y allí fui.

 

“Mis padres me llevaron al psiquiatra y les dijo: ‘Miren, lo que quiere el chiquillo es trabajar’. Así que mi tío me pidió trabajo en La Gloria de las Medias, y ahí empecé

 

Con solo 16 años...

Sí. El 5 de julio de 1965. Y eché 18 meses. ¿Qué suerte tuve? Que yo era el niño. Coincidió que en el barracón, en Parga, éramos varios de Coruña. Entre otros, Dopico, el que fue directivo del Deportivo. Me trataban fenomenal, que no le faltara al niño nada.

 

Tuvo suerte, porque la mili tan joven podía haber sido muy dura.

Durante unos meses las pasé canutas: entrar de guardia, salir a la cocina, entrar de limpieza, otra  vez guardia… Así estuve hasta que un compañero me dijo: “Oye, Caramelo, ¿quieres venir para el depósito de armamento?”. Y ahí no había mucho que hacer. Yo le echaba bastante cara, así es que quedaba arrestado casi todos los fines de semana. Me daba igual porque éramos siempre los mismos y lo pasábamos fenomenal, con nuestra lata de sardinas.  

 

Y, tras la mili, empieza a trabajar con su tío.

Me licencié y saqué el carné. El práctico lo aprobé a la primera, porque ya andaba en coche. El teórico, ni de coña: tuve que copiar, un delito menor (sonríe).

 

Seguramente ya haya prescrito.

Sí, creo que sí. El 7 de enero del 68 fue mi primer viaje con mi tío. A los 19 años ya estaba vendiendo por toda España y es donde más aprendí, era toda una escuela. Había mucho maleducado. Al principio piensas: “Te voy a matar” y luego te vas curtiendo.

 

Y luego montan su propia empresa.

Tuvimos unos años que seguíamos trabajando para otros y para nosotros también. Teníamos unos conocimientos comerciales, sabíamos lo que era un abrigo y cómo tenía que estar hecho. Pero no lo sabíamos hacer, teníamos que buscar a alguien que supiera hacer el patrón y llevar el taller. Empezamos en Juan Castro Mosquera y llegamos a tener doce bajos. Fuimos haciendo escuela; no tuvimos que fichar nunca a nadie, venía la gente. Yo no toleraba que se hiciese algo mal y, si se hacía algo mal, no se facturaba y se repetía. Estuve en la empresa hasta el año 2003 y el nivel de devoluciones por defectos era bajísimo. Venía alguna prenda de vuelta de algún jetas, que lo traía sucio y decía que se le había descosido, pero se miraba todo con lupa.

 

¿Nunca pensó en irse a vivir a otro lado?

Nunca. Es más, cuando éramos los reyes, todo lo que se podía comprar en La Coruña, en Galicia, en España, lo compraba aquí. Hubo una época en que los comerciantes de toda España venían a nuestra fábrica y, cuando terminaban, los llevaba a la Torre, al Castillo de San Antón, les hacía la ruta turística. Una vez, alquilé un microbús y a la guía tuve que corregirla varias veces. Yo me dedicaba a enseñar lo maravillosa que era esta ciudad, la categoría y el nivel que tenía.

 

Hace ya años del final de Caramelo. ¿Cómo lo recuerda?

Con mucha tristeza. Mi tío murió a los 52 años, jovencísimo, y en vez de caernos, tuve la gran suerte de que dijimos: “Todos a una”. Y así fue. Y pasaron los años. Yo me marché porque, lo que suele pasar a veces en las empresas familiares. Me he preocupado de todo, con unos beneficios enormes y me vienes a decir que soy mayor. Cobré mi parte, para vivir mejor que el rey. ¿Que luego me metí otra vez en el Cola-Cao? Un poco marchoso soy.

 

Y, cuando podía jubilarse, se mete en otro proyecto...

Con nuestra marca Etiem. Queremos seguir haciendo igual que hacíamos en la otra empresa: calidad, diseño, buscando lo mejor. Es un poco más difícil porque los tiempos son otros pero ahí estamos, con muchas ganas y mucha ilusión, que es lo importante. 

 

Preguntas cascarilleiras

¿Churros de Bonilla o del Timón?

Tengo que decir que ninguno de los dos… soy diabético.

 

¿Jardines de Méndez Núñez o Monte de San Pedro?

Jardines de Méndez Núñez. La gente se va haciendo mayor y todos los miles de personas que viven en la ciudad tienen más fácil acceso a estos jardines que subir al monte de San Pedro porque o los llevan o alguno no llega.

 

¿Calle de la Estrella o calle de la Barrera?

Por años… calle de la Estrella. Tenía más nivel. Ahora están muy igualadas.

 

¿Bebe agua de Emalcsa o embotellada?

La poca o mucha que bebo es embotellada porque varias veces que intenté, y eso que dicen que el agua de La Coruña es muy buena, pero a mí me produce acidez, creo que tiene demasiado cloro.

 

¿Playa del Orzán o de Riazor?

El Orzán. Siempre. La arena es más fina, hay menos rocas para poder tirarse, que en la playa de Riazor igual te abres la cabeza (risas). Me quedo con la playa desde aquí, desde la peña del can, hasta el Matadero.

 

¿Recorre la ciudad a pie o motorizado?

Cada día más a pie porque es más aburrido andar en coche porque cada día lo complican más. Abrieron la calle San Andrés y antes venías de la plaza Pontevedra y bajabas por Santa Catalina. Prohibido. Ahora, hasta la plaza de España, ¿por dónde salgo para el Cantón? También es cierto que nos están humanizando, porque hasta ahora no éramos humanos, éramos como canguros.

 

¿Helados tradicionales como los de la Colón o sabores más modernos?

Hermanos Penas. En el callejón que está junto a la subdelegación del Gobierno, ese edificio estaba dividido en dos. Para la parte de delante había una tienda de ropa que se llamaba Morán, que ponía en el escaparate siempre un chiste o un dibujo. Y en la parte que daba al teatro Colón estaba la heladería Hermanos Penas.

 

¿Carnaval o San Juan?

Huy, las dos cosas, no desprecio ninguna de las dos. Además, sobre todo, en Carnavales se hace puente y en San Juan también suele ser festivo. Yo soy un fanático del trabajo pero me gusta que haya fiestas y eso que ahora ya soy un señor mayor y ya no me admiten en todos los foros.

 

¿Es más de una verbena o de un concierto?

Verbena. Una verbena cuidada, me refiero a que no haya problemas. Que tengamos 200 policías para que el que mueva el pie más de lo conveniente se lo pisen. Respeto, orden, es lo único que pido.

 

¿Dice más chorbo o neno?

Ninguna de las dos. En Coruña era neno, en Vigo era jicho… cada ciudad tenía el suyo. Yo creo que es más para cuando te olvidas del nombre de una persona y le dices “neno” (risas).

 

Javier Cañás Caramelo | “Era un fanático de la ropa; prefería ir a trabajar a jugar al fútbol”

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