Un ictus cambió la vida de Javier Gilsanz a sus 63 años en junio de 2022. Era el cumpleaños de una de sus hijas y se preparaba para salir a celebrarlo. “Cuando me estaba cambiando de pantalón me falló la pierna izquierda y me caí al suelo. Fui a gatas hasta un espejo y ya vi que tenía la boca torcida. Entonces la llamé y le dije ‘me está dando un ictus’”, recuerda el bentaceiro, que habla de una enfermedad silenciosa: “No avisa. Llega y punto”.
Su vida era saludable. Tenía colesterol, pero tomaba medicación. Salía a pasear todos los días a los perros de sus hijas, cuidaba su alimentación y no hacía excesos. “Hablan de una subida de tensión, pero no sé debido a qué. Fue un día, en una jornada normal, que no tuve ningún problema”, cuenta Javier. Pese a que su madre había sufrido un ictus muchos años antes, él no conocía las dimensiones de la enfermedad: “No pensaba que me pudiera dar. Que yo sepa no había hecho nada para merecerlo”.
Javier, que tiene afectado todo el lado izquierdo, se emociona al recordar los avances en su recuperación: “Desde el primer momento que fui consciente, trabajé mucho en fisioterapia para conseguir hacer algo. La tenacidad la tenía, pero no me respondía el cuerpo. Ahora puedo caminar con bastón pero mi brazo y mi mano izquierda, como digo yo, todavía están en off”.
Sus hijas y sus hermanos lo arroparon en todo momento. “Mi nieto es una de las alegrías que tuve. Y me ayudó a luchar también”, asegura el usuario de la Asociación de Daño Cerebral Adquirido de A Coruña (Adaceco). Allí, recibe fisioterapia y aprende a lidiar con las secuelas de la enfermedad. “No quiero ser una carga para nadie. Ya consigo ciertas cosas pero no todas. Es muy lento”, cuenta Javier.
Javier tuvo que esperar dos años para que le reconociese el grado de discapacidad. Tuvo la suerte de que una de sus hijas pudo llevarlo a rehabilitación cuando todo sucedió. Ahora son sus primos, ya jubilados, los que lo llevan a donde necesite. No fue hasta esta semana cuando se llevó la buena noticia de que el Servizo Galego de Apoio á Mobilidade Persoal (065) le concedió la ayuda de transporte. “Empiezo el martes. Van más de dos años. Yo vivo en Betanzos y aquí no hay un centro especializado para esto. Si no tuviera la opción que tuve con mis hijas y con mis primos, ¿cómo hacía? En casa encerrado”, denuncia.
“Hay mucha lentitud a nivel burocrático. Cuando un paciente llega al (hospital de) Oza después de salir del Chuac, ya deberían entrar en un ciclo que no tuvieran que solicitar nada”, reclama con motivo del Día del Daño Cerebral Adquirido, que se celebra este sábado 26 de octubre.
“Es todo muy lento. Vienes para casa y no tienes ayuda”, incide Javier, que apunta también los gastos económicos asociados. “Fisioterapia lo pago yo, las ayudas en casa las tienes que pagar igual, y cosas que yo antes podía hacer, ahora las tengo que pagar, como cortar la yerba”, relata.
Para Javier, no perder las ganas es fundamental. “Para mí es lo más importante, que no las pierda y que siga así. Las cosas van lentas pero van mejorando”.