Mardi Gras de A Coruña: qué hace una sala como tú en una zona como ésta

Además del cuarto de siglo de vida como estandarte de la música en directo, el local de la travesía de A Torre lleva desde su nacimiento otra medalla colgada: el haber sido pionero y germen de un área de ocio nocturno para puristas a las puertas de Monte Alto
Mardi Gras de A Coruña: qué hace una sala  como tú en una zona como ésta
El staff de Mardi Gras, liderado por Yolanda Villa, junto a Johny Cifuentes, de Burning | P..G. Fraga

Más de dos décadas después de su inauguración, puede señalarse ya la apertura de El Mundo del Fútbol de Abegondo como una de las fechas clave en el sustento a largo plazo del Deportivo y, por ende, de la mayor fábrica de ilusiones y alegrías (también llantos) de la ciudad. Es la cantera una de esas convicciones transversales: a todo el mundo le gusta que funcione y cada éxito, con producto de la casa, sabe un poco mejor. Puestos a hablar de industrias, entre las culturales hace tiempo que la sala Mardi Gras funciona tanto de cantera como de liga de veteranos, en un maravilloso devenir cíclico que podría resumirse en: hay grupos que nacen allí, crecen, se reproducen y vuelven antes dar sus últimos acordes. Casi coetánea y un poco anterior a Abegondo, la sala que todos los melómanos han pisado alguna vez sopla las velas de su cuarto de siglo.


Más allá de su labor de ojeador acertado, Mardi Gras quedará para siempre como pionero y padre fundador de una zona en la que fueron creciendo locales ‘satélite’. Alrededor del establecimiento de la travesía de A Torre se fueron situando El Doce, Petoucos, El Tren, Salita de Juegos el Bar de Juan o Telefunken
Se trataba de hacer zona, como suele decirse, pero nada habría sido posible si Yolanda Villa no se hubiera fijado en un local de 165 metros cuadrados, conocido como Taberna del Cura y oficialmente llamado Bodegas Villarreal. Hasta allí se fueron, literalmente, con la música a otra parte. “Nos gustó muchísimo el local y vimos que era una zona limpia, que no estaba en medio de todo lo que era el Orzán”, explica. “Allá abajo había muchísimo ruido y pensamos en un aparte donde no hubiera mucha gente, que fuera cerca y lejos a la vez y en el que hacer una temática distinta: rock and roll, blues o jazz. Más o menos lo conseguimos, pero me habría encantado tener más temáticas distintas”, asume la hostelera.


Con todos los que vinieron después, que en su mayoría sobreviven, literalmente, sigue manteniendo una estrecha relación. “Nos llevamos todos estupendamente”, dice. Uno de los últimos ‘fichajes’, el Puticlú, goza todavía de una salud envidiable. “Somos más transversales que generacionales: nuestra generación sale de vez en cuando y se divierte. Ahora quizás baja más de día y con niños, pero cuando salen lo queman todo”, bromea.

 

The Cavern

Ellos no lo sabían, y seguramente tampoco lo pretendían, pero Mardi Gras acabaría por convertirse en The Cavern a la coruñesa: un templo convertido en sala de culto puede presumir de haber visto pasar a los más grandes antes de llenar estadios. Además, de igual modo que el icónico local de The Beatles en Liverpool dio vida a Matthew Street, la Mardi Gras ha elevado As Atochas y Monte Alto a epicentro de un público determinado. Porque ellos, digan lo que digan los marcos geográficos, se consideran Monte Alto. “Esto se consigue con mucho pico y pala, cariño y amor por la música, haciendo que los músicos hablen entre ellos y transmitan lo bien que sonamos”, apunta su propietaria.


Con unos 3.500 conciertos y 25 años de trayectoria a sus espaldas surgen dos nuevos retos: llegar a los 10.000 y celebrar las Bodas de Oro. Y a pesar del cierto desgaste que se intuye en su discurso, no es ninguna utopía. “Ganas tenemos, pero a saber dónde estamos”, confiesa. “Los conciertos, a pesar de la cantidad que hay en la ciudad, asombrosamente siguen funcionando: no es que tengamos un público fijo, sino que hemos crecido en todas las direcciones”, prosigue.

 

Repaso

Si hay alguien aficionado a los rankings, a los recuerdos y a la nostalgia esos son los cinéfilos y los melómanos, por lo que sería inviable homenajear la doble vertiente pionera de Mardi Gras sin mirar al pasado y hablar de momentos históricos. No titubea Yolanda Villa a la hora de elegir un recuerdo. “Antonio Vega, sin duda”, sentencia. “Me pasé el concierto llorando, porque fue un año antes de morir, en 2008. Lo había escuchado desde jovencita y me impresionó cómo estaba, pero su voz de terciopelo y su guitarra me siguen poniendo los pelos de punta”, explica.


De los grupos que pasaron en pañales y ahora llenan estadios también tiene unos cuantos para presumir: Dorian, Sidonie, Xoel López, Blackberry Smoke o Pereza, de quien presume, incluso, de que hubo sólo 20 personas para escucharlos. “Nos habría encantado tener a Rosendo o a M-Clan, pero Carlos Tarque ya es un habitual para tomarse unas copas”, dice orgullosa.


Aprovecha Yolanda Villa para, en sus últimos segundos de conversación lanzar un mensaje a las generaciones que vienen. “Que dejen tonterías como el reggaeton y que miren lo que escuchaban sus padres, que aguanten como nosotros”, pide a las futuras generaciones de la ciudad, aquellas de las que en realidad depende que sitios así sigan teniendo reclamo y vigencia. A las puertas del local asoman otros mitos que llegan a Mardi Gras para unirse al aniversario.


Son los Burning, los mismos que podrían preguntarle a Yolanda qué sigue haciendo una chica como ella en un sitio como éste. Después de un cuarto de siglo, una pandemia y tiempos cada vez más difíciles para la lírica. 

 

Telefunken fue la referencia electrónica entre 2000 y 2010

Que la zona alrededor de Mardi Gras sea un templo de la música en directo, el rock y el indie no es del todo una verdad absoluta. De la tradicional convivencia buenrollista del rockero con otras tribus urbanas nace la explicación de la combinación mágica y el mestizaje de públicos que trajo consigo la llegada, sólo un año después de Telefunken. 

 

Telefunken
Ino, Seph y Grobas, tres conocidos DJ, en Telefunken 


Fue en 2000 y, hasta diez años después, supuso todo un referente para los amantes del house y el techno. Uno de los encargados de pinchar habitualmente, DJ Grobas, es hoy una de las voces más autorizadas de la música electrónica. “Era el lugar referente del house y consiguió crear una comunidad de gente que venía a escuchar música, era muy divertido”, afirma. “Empatizamos todos rápido”, añade.

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