La inmortalidad de Elvis Presley ha hecho correr ríos de tinta y puede considerarse una teoría-esperanza a la que todavía se aferra buena parte de su legión de fans. Sin embargo, en el sentido figurado de la expresión es posible entender esa dimensión con homenajes como el que, 46 años después de su muerte, realizó la familia del pub Penique. Álvaro Dorda, de Ultracuerpos y Rockers Go to Hell puso voz a una historia de hora y media en la que se repasó toda la trayectoria del mito.
Normalmente un pub irlandés, el Penique se convirtió en un salón de recogimiento decorado para la ocasión, con un altar lleno de vinilos del propio Presley y una vela encendida en su honor. Justo delante del altar se desarrolló un acto dividido en tres partes: la década de los 50, el comeback y las época final de Las Vegas.
Que el pub irlandés más reconocido de la ciudad se vista de fiesta, o más bien de gala, para recordar a Elvis no es novedad, sino más bien una tradición. Sin embargo, el vigésimo tercer año consecutivo fue quizás el más sobresaliente, impactante y emotivo de todos.
Días antes de la cita las 46 entradas dispuestas por la organización ya habían volado. Nada inesperado y nadie extraño: las caras habituales del Penique profesan un amor de feligrés por Charly Estévez, el propietario. De cuantos homenajes y actos extraordinarios ha diseñado es el de Elvis el que significa algo más para el hostelero. Y vaya si se nota..A puerta cerrada para el público, el show comenzó a lo grande.
El Penique se ha convertido en un referente de actos distintos en la ciudad, como demuestra la forma especial de vivir la Superbowl o el hecho de ser el epicentro del San Patricio con centenares de clientes y gorros verdes. Sin embargo, también es un reducto mitómano en el que rendir tributo a Presley o Pink Floyd, como demuestran sus cerdos volando. Y todo bajo la mirada del perro Rod Stewart.