Vivir en el Bierzo y querer dedicarse a la natación en aguas abiertas podría ser un problema. Pero Miguel Martínez Basurco (Villafranca, 1971) no es de los que se rinden fácilmente. Si no hay mar en su provincia, se busca y listo. Para este carnicero del Bierzo, su playa es la de San Amaro. Da igual que entre su casa y el mar haya casi doscientos kilómetros, él coge el coche cada fin de semana o, si el tiempo libre escasea, cada dos y se viene a nadar en aguas coruñesas.
“De chaval era muy movido, decía mi abuelo que tenía ‘o demo metido no corpo’ –recuerda Basurco– pero no aprendí a nadar hasta muy tarde, con 15 o 16 años”. Fue en el río, en su localidad natal, pero, con el tiempo, el río se le acaba quedando pequeño.
Siempre ha practicado todo tipo de deportes, especialmente de resistencia, aunque, en el caso de la natación, con más asiduidad a partir de los treinta. Ahí participa en su primera prueba exigente, la de la Batalla de Rande, en 2012.
Antes entrenaba en Miño pero entró en contacto con el grupo de Aguas Abiertas A Coruña y, desde entonces, nada en San Amaro. “Es un grupo de unas cien personas y todos los fines de semana, a las once, están en la playa –comenta–; siempre me acompaña alguien”. Además, tiene una hija enfermera en Ferrol y, cuando viene a entrenar, aprovecha también para disfrutar el fin de semana con sus amigos y su familia.
Si el camino en coche (188 kilómetros) se hace largo, hay otras opciones para hacerlo más interesante: “Un par de veces vine en bici desde Villafranca”, comenta como si tal cosa. O, si el esfuerzo no resulta suficiente, también se puede hacer más difícil todavía, a pie: “Villafranca-Santiago corriendo, del tirón, se hace en menos de veinte horas”.
“Un par de veces vine en bici desde Villafranca”
Para Miguel Basurco, el deporte no solo es ejercicio, sino algo más. “Es una herramienta buenísima para comunicar más cosas; lo haces por ti pero, si puedes hacer algo por los demás, mejor”, explica. Asegura que no entiende de ideologías ni de política pero su intención es “ayudar a alguien o a algo que es importante”. En su caso, ese algo es reivindicar un servicio oncológico de calidad para el hospital de su zona.
Conoció a la plataforma Oncobierzo a través de las redes sociales, se pusieron en contacto con él y ahora colaboran para reclamar mejor atención a pacientes de cáncer en el hospital de referencia de la zona. “Yo hablo de lo que viví cuando mi mujer estaba enferma: tenía un cáncer en estado cuatro, le daban seis meses de vida y duró dos años –recuerda–; entonces funcionaba muy bien, había cuatro oncólogos y eran buenísimos pero de repente se han quedado sin médicos; ahora hay uno y a veces va cambiando y ni siquiera es el mismo”.
“La enfermedad destruye por fuera y por dentro y el médico es también psicólogo, si te lo cambian y te ponen a otro que no conoces de nada igual te quitan seis meses de vida”, lamenta.
La repercusión mediática de la hazaña que va a protagonizar en unos días le permite llamar la atención sobre estos problemas. Después de nueve años en una lista de espera, tiene la oportunidad de cruzar el Estrecho de Gibraltar a nado. “Tengo cita entre el 29 de abril y el 8 de mayo”, avanza. La decisión del día la toma, según las condiciones, la asociación Cruce a Nado Estrecho de Gibraltar, que se encarga de gestionar los permisos necesarios para una aventura para la que solo “hay autorizados treinta cruces al año”. “La inscripción son dos mil euros e incluye los trámites de aguas internacionales, el barco, el médico... está muy bien organizado”, comenta.
En la expedición van cuatro nadadores: “Es como un chiste: somos un azerbayano, un holandés, un alemán y un español, que soy yo”, bromea.
Para que la empresa llegue a buen puerto, entrena los fines de semana en San Amaro. “Nadamos siempre dentro de los doscientos metros de la costa, en dirección al dique de abrigo; vamos y volvemos cuatro o cinco veces”. Después, para reponer líquidos, un batido de proteínas e hidratos de carbono y, una vez recuperada la energía, una cerveza.
“Nadamos siempre dentro de los doscientos metros de la costa, en dirección al dique de abrigo; vamos y volvemos cuatro o cinco veces”.
Cuando no puede venir hasta A Coruña, Miguel Basurco entrena en la piscina en Villafranca, pero reconoce que no es lo mismo. “A Coruña me encanta; de mayor me veo viviendo aquí”, confiesa.