La última vez que vino a A Coruña, Pablo López cantaba, por partida doble, para un Coliseum con muchas distancias, pero lleno de “empatía”, en una de las experiencias “más bonitas que he tenido en la vida”. Este sábado (22.00 horas) regresa al Coliseum, ya con la normalidad y con nuevas canciones debajo del brazo.
Sobre qué esperar del concierto, adelanta que será “todo lo que humildemente pueda dar”. Asegura que A Coruña, “en sí, siempre ha sido exigente, pero a la vez muy, muy... no existe la palabra, pero ‘recompensadora’, esa sería la palabra y A Coruña siempre ha sido así”. Viene tras haber actuado en el Palau Sant Jordi, un lugar que acostumbra a ser final de ruta, pero no esta vez: “fue un reto, pero, al final del día, fue un bálsamo, fue muy maternal Barcelona y el lugar y visión que tuve fue maravillosa”, explica y añade que “lo bonito es que hicimos música y que nos quedó la sensación de que queríamos que Coruña fuese ya el siguiente día”.
A pesar de que la última visita fue atípica, Pablo López la recuerda con cariño. “Creo que no tendré la suerte de volver a ver tanta empatía, a pesar de lo peculiar y complicado de la situación, con parejas a un metro, sin poder levantarse”. “Estar allí de esa manera, brindar tanta energía en esas condiciones, es una imagen que yo le cuento a compañeros y familiares que es de las más bonitas que he tenido en la vida, para nada frustrante, fue hermoso”.
Ahora, vuelve con un par de temas nuevos, dos de sus ‘colibrís’, ‘Quasi’ y ‘El abrazo más grande de todos los tiempos’, que “han nacido de la pura necesidad”, pero desde la necesidad de que “salgan de un lugar que ni siquiera yo pueda explicar”. Asegura entre risas que le resulta complicado explicar de donde salen, “desde hace unos años soy adicto a escribir de lo que sale de dentro”.
Espera que ambos sean el “gancho para terminar de escribir lo que van a ser todos los colibrís, que espero que desemboquen, en paz y tranquilos, en noviembre”, comenta sobre el posible futuro disco. Un trabajo cuyo trasfondo serán los colibrís, unas aves “con mucha mitología, historia, detrás, calman, traen buenas noticias... son como las canciones”.
Con una carrera a sus espaldas que le ha hecho ganarse un público fiel, cualquiera pensaría que el subirse a un escenario sería más fácil que en los inicios. Él también lo creía así. “Es curioso, yo pensaba que era algo de lo que me iba a librar o que iba a domar con el tiempo”, afirma entre risas.
Y pone como ejemplo sus visitas a la ciudad herculina. “Desde la primera vez que fui a Coruña, al Colón, tuve esa sensación de responsabilidad por todos aquellos que estaban allí”. Más tarde volvió al mismo teatro, pero con el piano, “y sentí lo mismo, pero un poquito más pesado, más complicado”. Esa sensación “ha ido creciendo” con cada vuelta. “Te cuento todo este rollo para decir que estoy más acojonado que si fuera el primer día”, cuenta entre carcajadas a modo de resumen, todo “porque no puedo perder lo genuino, lo de verdad”. Ahora, explica con una sonrisa que “cada vez voy más temprano a los sitios donde toco, me falta solo montar yo el escenario”.