García Jofre de Loaysa fue el desconocido capitán de la expedición de siete barcos y 450 personas enviada por España a las islas de la Especiería en 1525 para implantarse en ellas, aunque resultó una vuelta al mundo "maldita" porque apenas regresaron nueve tripulantes, con bajas tan notables como la de Juan Sebastián Elcano, que solo tres años antes había culminado la primera vuelta a la Tierra.
Casi quinientos años después, Tomás Mazón reivindica la figura de Loaysa en el libro "La vuelta al mundo maldita" (editorial Edaf), y aporta novedades sobre este "gentilhombre", como que era natural de Plasencia (Cáceres) y no de Ciudad Real, o que acudió como embajador ante el Gran Turco dejando por escrito los detalles del encuentro. También elabora un minucioso listado de todos los tripulantes, con su origen y función.
Mazón, ingeniero técnico de obras públicas, experto en la primera vuelta al mundo, autor de dos libros sobre la materia y de la web rutaelcano.com, asegura a EFE que su libro es el primer ensayo moderno sobre la expedición de Loaysa, quien también murió en ella, como la mayoría de los mandos.
Tras examinar cientos de fuentes de información diferentes, Mazón destaca la capacidad y méritos del capitán general de la expedición, "una figura histórica que no había recibido ningún estudio específico, y se revela como alguien con una extraordinaria hoja de servicios".
Loaysa fue designado capitán general de la expedición no porque fuera noble, como se ha argumentado hasta ahora, sino por los "méritos tremendos" que acumuló, lo que hizo que todos los integrantes estuvieran "honrados" de tener un líder "de ese calibre", defiende el autor.
Mazón supo que escribiría el libro tras descubrirse a sí mismo tumbado en el suelo en una iglesia de Plasencia escudriñando un dato en una tumba de los familiares de Loaysa. Cuando se levantó, se dio cuenta de que el sacerdote esperaba para empezar la misa y, avergonzado, se fue del templo con las miradas de los fieles fijas en él. "Había que contarlo", según explica en el prólogo del libro.
Después de acumular numerosa información en sus libros sobre la primera vuelta al mundo culminada en 1522, con salida y llegada en Sevilla, Mazón se sintió "obligado" a dar a conocer detalles acerca de la historia de Loaysa y de otros personajes que participaron en la expedición, como Andrés de Urdaneta, "uno de los mejores marinos de la historia" y descubridor de la ruta entre Asia y América.
Urdaneta, un "guerrero, navegante, intérprete, mercader" y más tarde religioso agustino natural de Ordizia (Guipúzcoa), viajó a las islas con 17 años y fue uno de los que regresó a España, lo que hizo con su pequeña hija mestiza nacida en las islas Molucas.
Otro de los hallazgos del libro, resalta Mazón, se refiere precisamente a Gracia, la hija de Urdaneta, "a quien localizo en su madurez, ya viuda y con hijos", según la documentación a la que ha accedido el autor del libro.
La expedición de Loaysa, que partió de A Coruña tres años después de que Elcano acabara la primera vuelta al mundo, tuvo como objetivo crear una nueva provincia española en aquellas islas de las Especias que estaban en disputa con Portugal.
Aunque no lo lograron, Mazón defiende que fue una "historia de superación" de los navegantes, sobre todo los que "no dieron su brazo a torcer" y regresaron a España al cabo de doce años, y también de los mandos intermedios, que tuvieron que asumir altas responsabilidades tras la muerte de sus superiores, como ocurrió en el viaje de Magallanes-Elcano.
Ante las dificultades de la armada de Loaysa, Carlos I pidió a Hernán Cortés que les ayudara, y autorizó el envío tres navíos desde Nueva España a las Molucas, con unos cien marineros, de los que finalmente solo sobrevivieron tres.
Mazón reconstruye en el libro la historia de esta expedición liderada por Álvaro de Saavedra, un viaje que también califica de "épico".
De los siete barcos comandados por Loaysa, el "San Gabriel" desertó antes de llegar a las Molucas y regresó a España haciendo "ciertas barrabasadas" por la costa brasileña, lo que provocó el arresto de parte de la tripulación, y ocurrió lo mismo con el resto de navegantes cuando tocaron suelo español, relata el autor.
Mientras los españoles luchaban en las islas, entre el rey de Castilla y el de Portugal se acordó el Tratado de Zaragoza, por el cual "se negociaron los derechos de pertenencia de las islas y Carlos I cobró una importante suma de dinero del rey de Portugal por mantener alquilada, por decirlo así, la posesión de las islas".
"Pero allí nuestros hombres no se pudieron enterar y permanecieron luchando. Aunque llegaban portugueses diciendo que ya no tenía sentido su lucha", los españoles no se fiaban, repitiendo lo que ocurriría en 1899 con los "últimos de Filipinas", rememora Mazón, que sigue con sus investigaciones históricas porque desde que las empezó con la primera vuelta al mundo porque reconoce que "son como un veneno" que no puede sacarse.