Hace meses que la plaza de Cuatro Caminos acoge un singular campamento. En una isleta, rodeada de tráfico, a la sombra de un árbol, una sintecho ha montado su vivac. Los transeúntes que pasan a su lado contemplan lo que parece ser un montón de basura pero que es realmente su hogar. Protegida de la lluvia por el paso elevado de Alfonso Molina, el sintecho parece sentirse cómoda. No habla con nadie, y las autoridades le dejan en paz, a pesar de que, por ejemplo, enciende fuego para hacer café o calentarse la comida.
Técnicamente, eso no está permitido, por lo menos sin un permiso de Bomberos. Muy cerca de su campamento, yace tirada una señal en la que advierte que la ordenanza de limpieza prohíbe instalar carteles o pintadas. Otra señal, la de hombres trabajando, forma parte de su tienda de campaña. Nadie la molesta y ella no molesta a nadie, como si el tráfico que le rodea fuera una barrera efectiva contra el mundo.
En realidad, las trabajadoras de los Servicios Sociales del Ayuntamiento se han acercado a ella en varias ocasiones para asegurarse de que se encuentra bien y ofrecerle otras opciones de alojamiento. Pero lo ha rechazado. También acude a menudo a la iglesa de San Pedro de Mezonzo, donde recibe asisencia.
Esto es habitual en esta clase de sujetos en riesgo de exclusión social, que viven al margen de la sociedad tanto como pueden y no les gusta someterse a ninguna norma. Descubren algún rincón en la ciudad que nadie está usando y lo hacen suyo.
En ocasiones, demasiado a la vista, como ocurrió hace unos meses con un indigente que se instaló bajo los soportales del teatro Rosalía de Castro durante semanas. Finalmente, tuvo que ser expulsado porque no dejaba de orinar contra la pared, de manera que el olor se había vuelto insoportable y el lugar se limpió a fondo.
El puente de la ronda de Outeiro a la altura de la Alfonso Molina o los soportales de la finca de los Mariño son lugares habitaules donde se construyen estos precarios refugios.
Especialmente llamativo fue el caso de una mujer acampó durante días bajo un montón de paraguas en Las Esclavas, en 2017. El mal tiempo le obligó a marcharse, pero no es el caso del indigente de Cuatro Caminos. Él ya está al calor de su hogar, por precario que sea.