Ocurre con ciertos fenómenos astrológicos que los expertos nos advierten de fenómenos tipo “nunca se verá la luna tan cerca de X” o “jamás el sol se pondrá de Y manera”. Pues bien, los amantes del arte apuran las últimas horas para contemplar impoluta y libre de ‘toppings’ una de las joyas arquitectónicas nacidas del genio de Santiago Rey Pedreira, el arquitecto responsable, entre otros, del estadio de Riazor en su diseño primigenio, el mercado de San Agustín o el kiosko de la plaza de Ourense. Y es que, después de una década dando cobijo a la tienda de complementos Misako, y tras varias ofertas para mantener su explotación comercial, es cuestión de días que el número 70 de la calle Real se llene de neones, tribales y cuanto motivo salga del ingenio humano para grabárselo en la piel aguja y tinta mediante. Sí, la otrora Camisería Carbajo está a falta de unos flecos que dirían los futboleros de ser el tatoo studio (y lo que desee agregar su futuro inquilino).
Ejemplo de racionalismo con concesiones al clasicismo, lo cierto es que ni siquiera el genio de su creador hubiera imaginado la convergencia surrealista entre cómo él firmó su obra y de qué manera ésta acabaría por adaptarse a los nuevos tiempos. Cuando las puertas del futuro negocio abran de par en par sería una acertada campaña de marketing premiar al primer cliente con el ‘segundo’ tatuaje llevado a cabo en ese edificio. El primero se lo marcó a fuego, o más bien a cincel, Rey Pedreira a su propia creación.
Adentrándose hasta los límites del inmueble, dirección Álvaro Cebreiro, se puede leer su nombre, el del aparejador y una fecha: 1954. Son algunos de esos detalles que a los genios les gusta dejar en la vía pública y que, en este caso, indica lo orgulloso que el gran arquitecto coruñés estaba de esta obra, que destaca por su fachada acristalada y en parte curvada, y por la gran marquesina que la cubre.
Una década después de haber protagonizado un provechoso matrimonio de alquiler en el edificio, la propiedad de Misako decidió que para su plan comercial era mucho más ajustado un espacio más tradicional en el número 11 de la misma calle. Durante la mudanza fueron muchos los curiosos que se interesaron por el destino del bajo, compañero de paseos de generaciones de coruñeses. Pero no solamente despertó el interés de quienes se extrañaron por la fuga de bolsos, sino también de quienes se imaginaron su propia empresa engalanada de Rey Pedreira.
El teléfono de la propiedad sonó con inusitada insistencia. Hosteleros, comerciantes y buscadores de oportunidades preguntaron, contraofertaron y finalmente acabaron por convencer al responsable del inmueble, gestor de la totalidad del mismo. Cuando La Camisería Carbajo abrió sus puertas en 1926 el diseño de este bajo era otro. Fue en 1954 cuando adoptó el que hoy vemos. Pocos de los que se querían vestir como James Dean o Marlon Brando hubieran apostado por el destino final, o punto y aparte, de la tienda textil. Sin embargo, al igual que otros edificios como el estadio de Riazor, el mercado de San Agustín o el palacio de Deportes, renovarse o morir no es una cuestión. Todos ellos siguen siendo protagonistas, referencias y activos emocionales de una A Coruña a la que Rey Pedreira cambió la cara desde el racionalismo, y desde el coruñesismo.
Décadas después, el plan perfecto para un coruñés podría ser hacer la compra en el mercado de San Agustín, comerse un bocadillo de calamares de la plaza de Ourense, pasear por la calle Ferrol y, en caso de perder alguna apuesta o ser muy de 2024, pintarse la piel. l