Entrar en el bar Pontejos, en la esquina entre la calle del marqués homónimo y la de Pío XII, se hace a través del marco de una puerta sin cristal mientras un operario borra las huellas del que fue el último asalto a la hostelería local.
Sucedió al filo de las 03.30 horas, o al menos ese fue el instante en el que un vecino que regresaba a casa sorprendió a los asaltantes máquina registradora en mano y a la fuga. Antes, al parecer, también buscaron fortuna en un vehículo estacionado que todavía a primera hora permanecía con la ventanilla rota.
El motín no fue proporcional a los destrozos causados: apenas unos pocos euros quedaban en la caja, así que decidieron aprovechar los ladrones y llevarse unas botellas para ahogar el golpe frustrado.
Con esa misma ironía se lo toma Loli Castiñeira, propietaria del establecimiento, que entre tortilla y tortilla y también con cierta resignación repite la historia a cada cliente que entra extrañado. “Llevamos tres veces este año, sabemos perfectamente quiénes son, la Policía también lo sabe, pero salen antes de lo que lleva poner la denuncia”, afirma. “Hay mucha droga por ahí”, añade la hostelera, que recita de memoria la larga lista de locales vecinos que han corrido la misma mala suerte en los últimos meses: “La Oliva, la jamonería... yo tengo cámaras y los vemos perfectamente”.