El anuncio de que una nueva promotora se ha hecho cargo del antiguo edificio de Epamar, en Palavea, supone un punto final en la historia del urbanismo en la ciudad en la que por todas partes podían descubrirse construcciones abandonadas a medio acabar. Eran los cadáveres que había dejado la explosión de la burbuja del ladrillo de 2008 y como cualquier cadáver, se pudre y provoca insalubridad. Durante años, la Concejalía de Urbanismo ha estado intentando solucionar el problema y una mezcla de agilización de licencias y boom de la edificación en el centro de la ciudad lo han conseguido. La de Palavea era la última promoción que quedaba por reactivar.
Según reconocen los promotores, la subida imparable de los precios de la vivienda ha tenido un efecto colateral positivo al permitir reactivar las viejas promociones. Los constructores quieren finalizar rápidamente los edificios y la Concejalía de Urbanismo lo ha facilitado en la mayor parte de los casos, siempre que se ajusten a la legalidad.
En efecto; muchos de estos edificios sobrepasaban el número de alturas o cometían alguna otra irregularidad. El anterior Gobierno, el de la Marea Atlántica, había adoptado una política rigorista y exigía la demolición total. Esto provocaba que la eliminación de esqueletos progresara muy lentamente. La llegada de los socialistas a María Pita cambio las cosas, porque exigían tan solo una demolición parcial a cambio de facilitar la legalización.
Eso es lo que ha ocurrido en la mayor parte de los casos. Por ejemplo, en el esqueleto del barrio de Los Rosales, o en el famoso ejemplo de la plaza de Padre Rubinos, en Os Mallos, donde los promotores deberán reducir en dos las alturas hasta situarse a ras de los edificios colindantes. Pero en otros casos la demolición ha tenido que ser total, como ocurrió en As Xubias en febrero del año pasado. Este es un caso particular, porque se remontaba a antes incluso del estallido de la burbuja inmobiliaria. Debía ser un aparcamiento en altura, pero nunca llegó a materializarse.
Otro caso conocido es el edificio de O Martinete, entre las calles Mozart y Luís Peña Novo, que comenzó a construirse en 2007, antes del estallido de la crisis financiera. El nivel de ilegalidad de este edificio era tal que incluso invadía parcelas vecinas, así que no era posible su regularización. Con el dueño desaparecido, el Ayuntamiento aprobó en marzo de este año derribarlo de forma subsidiaria.
Este edificio que solo tenía la estructura y las paredes de ladrillo había atraído a okupas, elementos marginales que generaban problemas en el vecindario. Es un problema muy común que ha ocurrido en otros esqueletos a lo largo de los años. Por ejemplo, en Vista Alegre, cerca del cruce entre la ronda de Nelle y la avenida de Arteixo, donde el número 17 comenzó a recibir visitantes indeseados. Antes de que se dieran cuenta, habían instalado tiendas de campaña en los pisos superiores y llenado de basura el entresuelo.
Había denuncias por peleas y trapicheos de drogas y en una ocasión se había descubierto un cadáver.
Esto se volvió bastante frecuente: los sintecho okupaban a menudo los edificios a medio concluir, puesto que sus dueños no pagaban un servicio de seguridad. Ni siquiera los esqueletos sin paredes se veían libres de este problema, porque empleaban los ladrillos sobrantes para levantar precarias chozas. Es lo que ocurrió en febrero de 2021 en la calle Revolución Francesa, en Vioño, donde varios jóvenes se instalaron tras ser expulsados de un edificio en A Falperra.
Más recientemente, en la gran promoción de A Fontenova, en la avenida de Finisterre, en febrero de este mismo año, donde una okupa se cayó desde dos pisos de altura, sufriendo heridas graves. Aquello permitió descubrir que, de hecho, había varias personas viviendo en aquel esqueleto. Poco después, la Sareb, más conocido como ‘banco malo’ se hizo cargo de la situación. El edificio de A Fontenova es posiblemente la promoción más grande de todas las afectadas, dos bloques de 134 viviendas cada una. La otra estaba casi terminada y había sido el escenario de una okupación masiva por parte de chabolistas expulsados del poblado de Penamoa. Lo okuparon en 2011 pero la alarma que generaron permitió que el juez firmara una orden para expulsarlos en 2012.
Lo mismo ocurrió en Palavea, entre 2021 y 2022, donde un puñado de okupas se enfrentó a los vecinos y se llegaron a vivir escenas de violencia. Por el contrario, en el número cinco de a calle la Paz de Os Mallos, los okupas, que eran prácticamente una comunidad bien avenida, aceptaron abandonar el edificio. Aquello fue en febrero de 2019. Inmediatamente, la propiedad instaló puertas de seguridad, que es la primera medida que se adopta una vez expulsado a los okupas que, por una vez, no habían dado ningún problema. Todos los vecinos hablaban bien de ellos.
En otros casos, el problema es la salubridad. Los esqueletos tienen cimientos profundos para acoger garajes subterráneos y con el tiempo el agua de lluvia los inunda. Luego los mosquitos crían en el agua estancada. Es lo que ocurrió no solo en Vista Alegre, sino en una promoción mucho mayor, en la ronda de Nelle con la esquina de Nuestra señora de Fátima: en verano, los insectos atormentaron a los vecinos durante diez años, pero no fue hasta octubre de 2021 que se legalizó la obra y se le concedió una nueva licencia de construcción.
Ahora ya está terminada y se espera que pronto las nuevas viviendas (unas 50) salgan a la venta. Incluso en las viviendas casi terminadas hacerlas habitables supone una inversión millonaria, porque durante años han sufrido el saqueo de sus instalaciones, a los que han despojado del metal, y de la degradación provocada por el abandono de años.
Como señala un arquitecto, para una ciudad es terrible contar en su skyline con tantos esqueletos. Todos habrán desaparecido en dos o tres años y ya no quedará un recuerdo, por lo menos físico, de la burbuja del ladrillo. Aunque algunos temen que ahora comience otra.