Detrás de la rica historia de la Torre de Hércules, que hace unos días sopló las velas de su decimoquinto aniversario como Patrimonio de la Humanidad, se esconde también la de las personas que vivieron a sus pies.
En 1954, tiempo después de la destrucción que dejó a su paso la Guerra Civil, el parque inmobiliario comenzó a crecer. Fue entonces cuando se levantaron nuevas viviendas para los fareros, situadas justo al pie del monumento. Sustituyeron a las casas construidas en 1861, ubicadas mucho más cerca del acantilado.
Estos inmuebles fueron modificados con el paso de los años. Dichas residencias, de dos plantas pero modestas, se ubicaron anexas al faro, pero se podía acceder a él desde su interior sin tener que abandonarlas. Estaban conectadas por un pasillo que daban a las escaleras de acceso y los fareros y sus familias utilizaban como tendedero, sin saberlo, un lugar arqueológicamente único. Así se relata en el libro ‘Torre de Hércules, tesoro de la humanidad’. Por aquel entonces el faro era responsabilidad de la Demarcación de Costas (hoy lo es la Autoridad Portuaria) y quienes lo regentaban eran, en su mayoría, hombres que llegaban a este destino justo antes de jubilarse.
No eran los fareros y los familias los únicos que habitaban al pie del monumento. Durante décadas hubo varias casas más desperdigadas por las lomas de la Torre. La última que quedaba en este entorno único fue demolida a comienzos de este siglo.
El Ideal Gallego recaba dos testimonios que narran cómo era la vida en la Torre. La concejala de Bienestar Social, Nereida Canosa, vivió nueve años en este lugar, ya que su padre era farero. Por su parte, Antonio Caridad nació y se crió en la ‘sartén de la Torre’, donde su familia tenía una casa que fue primero expropiada y después derribada.
Es la concejala de Bienestar Social y viceportavoz del Gobierno local. Pero lo que mucha gente no sabe es que Nereida Canosa pasó parte de su infancia y adolescencia en la Torre. Su padre, Alberto, fue uno de los fareros de la linterna romana entre 1988 y 1996. Canosa se formó como terapeuta ocupacional, especializándose después en dirección de servicios sociales, pero la influencia del mar es algo que ha estado siempre presente en su vida. “Estuvimos en distintos faros siendo yo muy pequeña, como Finisterre, Sisargas y Cabo Prior. Los fareros rotaban por distintos faros ya que era un colectivo muy pequeño. Desde los ocho años hasta los diecisiete, es decir, prácticamente mi infancia y adolescencia, fue en la Torre”, relata.
De pequeña, sostiene, “no tienes esa consciencia de lo que significa, pero a medida que vas creciendo te das cuenta de que es algo único y un privilegio poder vivir en un faro, y más un faro como la Torre de Hércules”. Los años que pasó recorriendo todos los rincones del faro bimilenario le dejarían anécdotas que contar a día de hoy, casi treinta años después. “Las viviendas estaban unidas por pasadizos hacia la Torre. Para mí, siendo pequeña, y para los hijos de otro farero que también vivían allí, era como un laberinto; era espectacular. Subíamos, hacíamos carreras por las 200 y pico escaleras que daban a la zona de la óptica del faro, jugábamos al escondite...”, recuerda con tono nostálgico.
Poder observar la lluvia de estrellas desde lo alto de la linterna o subir con su padre por la noche a comprobar cómo estaba el mar también son momentos con incalculable valor para Canosa. “El profundo cariño y respeto que siempre me ha transmitido mi padre hacia el mar, así como la importancia que tienen los faros para los marineros, me ha dejado una conexión enorme con la naturaleza”.
Cuando puede, dice, necesita pasear cerca de la Torre, donde en el año 1992 vivió la tragedia del ‘Mar Egeo’. “Nosotros estábamos allí viviendo. Mi padre y su compañero Pedro Pasantes estaban de guardia. A las 04.00 horas, Pedro vino a casa a decir que había naufragado un barco. A partir de ahí todo fue terrible y tuvimos que marcharnos por el riesgo que teníamos. Fue algo muy impactante y recuerdo contarlo en el colegio y todo el mundo preocupado porque teníamos que dejar nuestra casa”, sostiene. Ese mismo año, poco antes del accidente del ‘Mar Egeo’, “había andamios en la Torre porque la estaban reparando y cayó un rayo que afectó a las casas de los fareros”. Todo ello le despertó un fuerte “respeto” por la naturaleza. “Ha habido momentos y vivencias espectaculares y preciosas, pero al mismo tiempo me hicieron ver lo fuerte que es la naturaleza”, comenta.
La vida de Canosa en la Torre estuvo a punto de protagonizar un libro. “Xabier Docampo era profesor y compañero de mi madre. Tenía la idea, pero no llegó a hacerlo, de escribir un libro que sería algo así como ‘A nena do faro’, contando la vida de una niña en un faro. Ya se había jubilado y siempre nos decía que le quedó la cosa y que quería hacerlo”, concluye.
El hecho de haber nacido en la Torre de Hércules es algo que muy poca gente puede contar. Antonio Caridad Amado, miembro de la comparsa Monte Alto a 100 y destacado jugador del Victoria, presume de ello. A sus 74 años, cada vez que puede se acerca a recorrer lo que un día fue su hogar: la zona de la denominada ‘sartén de la Torre’. Allí tenía su familia una casa, hecha por sus abuelos, que finalmente fue “expropiada para construir el Paseo Marítimo”, detalla.
“La Torre de Hércules es Patrimonio de la Humanidad, pero coruñés como yo no lo hay”, comienza relatando su historia Amado. “Mis hermanos pequeños y yo nacimos en la ‘sartén’. Ellos se llaman Manolo, Teresa, Ángeles y Aurora. Mis padres, Teresa y Federico, vivían en esta casa junto a mis abuelos, Manolo y Josefa. Era reconocida desde lejos porque en el lateral tenía un anuncio de Freixenet”, apunta.
“Nuestra juventud”, dice, “la pasamos en la Torre”. A día de hoy, cuando va por el lugar, “pienso que, si mis abuelos levantasen la cabeza, no reconocerían la zona. Yo mismo muchas veces no la conozco porque hay muchísima gente. Además, desde que es Patrimonio de la Humanidad hay incluso caravanas para subir”.
Sus padres y abuelos trabajaron en el muelle pesquero hasta que se jubilaron, por lo que tanto Antonio como sus hermanos siguieron sus pasos. Recuerda, además, que en los años cincuenta “mi familia tuvo que trabajar mucho porque eran tiempos de mucha necesidad; eran tiempos malos”. “Mi juventud se desarrolla dentro del círculo donde nací. También soy muy futbolero y jugaba incluso en equipos que teníamos en la Torre”, indica.
Posteriormente llegaría al Victoria, al otro lado de la ciudad, y fundaría con amigos la peña Marte. “Nací en la Torre, me casé y fui a vivir a otro sitio, pero volví a la Torre. Viví en la casa familiar hasta los 27 años”, dice Toñito (así es conocido por sus familiares y amigos), mientras comenta que desde su ventana, en la actualidad, ve el faro, por lo que nunca ha llegado a perder la conexión con el lugar que le vio crecer. “Todos mis amigos están también relacionados con la Torre”, añade.
Haber vivido a los pies del faro, pese a los tiempos difíciles, “es algo que me gustó e impactó”. “Entonces no sabías nada, pero con el tiempo vas cogiendo más conocimiento y a día de hoy digo que estoy en los primeros puestos de coruñés”, bromea. Ahora, con su casa en Monte Alto, reconoce que el faro “es muy importante para mí y nunca he querido alejarme demasiado de él”.