Esta semana finalizó por una orden judicial la larga acampada de una mujer en una rotonda de Cuatro Caminos, donde había permanecido más de un año. Pero también el Ayuntamiento abrió al público el Centro de Atención Continuada, en el antiguo edificio de Padre Rubinos, justo a tiempo: los temporales de otoño están trayendo consigo lluvias torrenciales que están causando que vivir en la calle sea mucho más incómodo de lo que ya es de por sí. Aunque el número es variable, en la ciudad existe una media de 50 personas que viven en la calle, aunque hay más en verano. Muchos otros disponen de algún tipo de alojamiento, pero las dificultades de acceso a la vivienda en A Coruña están afectando de manera muy especial a este colectivo más precario. “En muchos casos, la falta de vivienda es lo que determina la pobreza y la exclusión social”, señala Pablo Sánchez.
Este trabajador social de la Cocina Económica señala que la red social de la que se enorgullece A Coruña lleva años en un esfuerzo continuado que no disminuye. La ciudad cuenta con instituciones señeras en este ámbito, algunas netamente locales como Padre Rubinos o la Cocina Económica, y otras nacionales, pero con representación local, como Accem, a través del programa Acouga, o de Cruz Roja, a través de Senteito, que llevan años luchando contra el sinhogarismo, un problema crónico.
Todas están conectadas entre sí, y aunque llevan un cierto grado de especialización, todos contribuyen a lo que Eduardo Aceña, presidente de Padre Rubinos, resume en “vestir al desnudo y dar de comer al hambriento”, aunque también le apoyan “en los pagos de luz, de alquiler o de una habitación”. La demanda asistencial no ha descendido a pesar de la prosperidad económica, y en algunos casos ha empeorado. “El escenario no va a cambiar a corto plazo”, sentencia Sánchez.
“Estamos siempre en una situación de máxima actividad, nada desmedido, porque se autorregula; la presión es alta y se mantiene y luego retrocede”, explica el trabajador social. A las familias en situación precaria y a los sintecho, viene a sumarse también la inmigración, un colectivo que normalmente se halla en una situación precaria, con pocos o ningún recurso, y que por eso suelen recurrir a la red social de la ciudad. En la Cocina Económica suponen ya el 50% de los usuarios que atienden, y en Padre Rubinos la proporción es la misma. Aceña señala que se trata de un flujo que se renueva constantemente: “Se renuevan cada ocho días, salen unos y entran otros. Es un tránsito constante, con caras nuevas”.
A los escasos recursos económicos se añade el hecho de que muchos se encuentran en situación irregular, lo que dificulta aún más encontrar un alojamiento. Algunos consiguen un lugar gracias a la solidaridad entre sus compatriotas, aunque siempre juegan un papel las ONG. Otros se convierten en okupas, pero también los hay que viven al raso, como ocurrió con los desalojados tras el incendio del 120 de la ronda de Nelle, que pasaron a dormir en el parque de Santa Margarita.
Existen puntos donde pernoctan habitualmente, como la finca de los Mariño, sobre todo en verano, aprovechando la cúpula que cubre unos bancos. Con el tiempo, se ha convertido en una especie de campamento permanente. Por lo general, las autoridades permiten la permanencia en espacio público de los sintecho, a menos que se trate de casos como el de la ‘campista’ de Cuatro Caminos, que requería atención psiquiátrica. En otros, como uno que pernoctaba en los soportales del teatro Rosalía de Castro, que tuvo que ser expulsado porque ensuciaba la zona.
Padre Rubinos es la institución que más alojamiento ofrece a las personas en riesgo de exclusión social. Tiene 115 plazas, pero nunca hay muchas libres. “Estamos siempre a tope, no hay forma humana. Pero cuando no hay espacio, los derivamos a los servicios sociales. A partir de las cinco de la tarde están llenas de gente”, explica. Pero los que tienen suficiente para pagar el alquiler, tienen problemas para llenar la nevera. Esto se traduce en una gran asistencia en el albergue de transeúntes: comen 300 personas, cenan doscientos y se sirven más de 140 desayunos. “Hace unos años, era la mitad”, asegura Aceña. Esto, naturalmente, supone un fuerte aumento de los costes, que se han incrementado a casi el doble. En parte, por la alta asistencia, pero también por la inflación, que obliga a un desembolso mayor. El presidente de Padre Rubinos estima que el coste del servicio de comedor y el de pernoctación ha pasado de 70.000 euros al mes a 130.000. Por supuesto, Padre Rubinos es el principal referente en asistencia social de la ciudad y cuenta con un prestigio que atrae a los donantes, tanto públicos como privados.
Sin embargo, también se ha percibido una reducción en las donaciones de alimentos, algo que Aceña achaca a que los particulares ya no pueden dar tanto como lo hacían antes, esto supone que Rubinos afronta “ciertas dificultades” para abonar las facturas. “Nos estamos salvando, aunque con cierta lentitud en el pago”, señala Aceña, que es muy crítico con aquellos que se limitan a hablar del coste de la vida como cifras abstractas y porcentajes. “Eso son cuestiones filipinas; los que quieran conocer la realidad, que vayan a Padre Rubinos y la vean”, sentencia.
La mayor bolsa de alojamiento para personas en riesgo de exclusión que existe en la ciudad. Con 106 años de historia, la Real Institución Padre Rubinos se ha convertido en un referente a nivel nacional en lo que se refiere a asistencia social y supone la mayor fuente de alojamiento para personas en situación precaria de toda la ciudad, con 115 plazas en su albergue.
Fundada en 1886, siguen atendiendo tanto en su servicio de comedor como con comidas a domicilio. Desde su local del centro de la ciudad, prepara comida sobre todo para llevarse al domicilio de aquellas personas que sí tienen casa pero no llegan a fin de mes. Al año cocina 319.000 raciones.
Un lugar para aquellos que quieren un refugio sin tener que someterse a ninguna norma. Pensada para los que no quieren seguir las reglas de ninguna institución (por ejemplo, desprendiéndose de sus animales de compañía), se ubica en un local cedido por 25 años por Padre Rubinos y viene a sustituir al centro Abeiro, abierto por Xulio Ferreiro y cerrado por ilegalidades.