Hace hoy medio siglo A Coruña consiguió trepar hasta el cielo más lejos que nunca. La ciudad que desafió en vertical sus limitaciones en extensión, la misma que durante cinco años había hecho del Banco Pastor el edificio más alto de España, se convertía de nuevo el techo de Galicia. La Torre Hercón, o Costa Rica, ponía su límite vertical en los 119 metros, lo que además la convertía, por aquel entonces, en la tercera construcción más alta de España. La obra de José Antonio Franco Taboada se quedaba solamente por detrás de la Torre de Madrid y la Universidad Laboral de Gijón. Medio siglo después, los inquilinos de los pisos más altos pueden presumir de que ningún gallego se acerca tanto al cielo como ellos. Pueden decir que controlan A Coruña desde el mirador más espectacular posible, justo en pleno corazón de la urbe.
La ciudad de París decidió reservar en lo más alto de su monumento más icónico un espacio para el recuerdo de Gustave Eiffel. Quienes llegan al punto más alto posible del gigante de hierro encuentran una réplica del que además de su estudio personal resultó un centro de emisión de radio y telégrafo. Algo así mantuvo durante los primeros años la Torre Hercón para su arquitecto, aunque finalmente el habitáculo más alto pasó de estudio a proyecto de restaurante primero y a hogar de la Radio Televisión de Galicia.
Sin embargo, puerta con puerta con el ente público se encuentra la única vivienda del piso 25, que en realidad es la parte superior de un dúplex que nace en la planta 24. La actual propiedad la reserva para las funciones de cocina y salón, aunque podría ser el puente de mando de un barco desde donde el capitán de la ciudad divisase sus dominios. En la distribución y el enorme ventanal todavía se intuye la vocación de negocio hostelero. En cualquier ciudad turística sería un mirador que provocaría cola. Hoy sólo se puede disfrutar en calidad de invitado. Y lo cierto es que impresiona. “En realidad, nos encontramos en la planta 33”, comenta el dueño del inmueble desde hace 18 años. “Las primeras noches que dormí aquí acababa de ser la catástrofe del Windsor y entonces las ventanas eran de madera. No podía dormir con el crujido y el miedo que este me provocaba”, añade.
En un día soleado y despejado como los que despidieron el mes de octubre es posible llevar la vista hasta el antiguo astillero de Astano en Ferrol, actualmente Navantia. La vista con el sol resplandeciente es idílica, pero una noche de tormenta en Halloween promete una experiencia temática que ni el mejor escape room es capaz de reproducir. “En días de mucho viento las lámparas se mueven”, reconoce el dueño. Pero para película de terror, una más de Hitchcock. Desayunar a casi 120 metros de altura implica convivir con los halcones que habitan justo al lado de la ventana del piso 25. “Muchas veces los vemos poner rumbo al puerto”, dice con absoluta normalidad.
Hay quien en la pandemia se fue a vivir al monte y quien decidió hacerlo en las alturas. La sensación de libertad es semejante, al menos en opinión de Enrique Ricoy, propietario de un espacio de aproximadamente 100 metros cuadrados en la planta 22. “No hay nada como la sensación de libertad, de que nadie te vea”, confiesa. “También entre las ventajas está el hecho de que todos los días son distintos, cada color, cada matiz de luz...”, añade. Incluso, según confiesa, el hecho de ver “la barriga de las gaviotas” es todo un símbolo de lo privilegiado y exclusivo de la experiencia entre las nube.
Recorrer la península de A Coruña es posible pasando de la cocina y el que seguramente sea el tendal más espectacular de la ciudad hasta el dormitorio. En ningún momento se pierde de vista la ventana. Del estadio al muelle de Batería pasando por Santa Margarita o San Pedro. Como quien va de la cama al salón a por un vaso de agua. “La propia casa cambia por completo del día a la noche”, asevera Ricoy, que en su despacho tiene un cuadro de Óscar Cabana y su interpretación de la propia torre. Tanto el propietario de la planta 25 como el de la 22 comparten una misma problemática. Y es que, por el diseño de los ascensores supersónicos, subir un sofá algo más grande de lo habitual se convierte en un problema. “Tuvieron que traerlo entre ocho”, apunta. El elevador también le dio un buen susto a Ricoy en otra ocasión. “Nos encontramos a los Bomberos, sudorosos, apurados y corriendo. Resulta que estaban entrenando para las Olimpiadas”, indica.
En el piso 24 María José López se asentó en 2016 junto a su marido y su hija. Llegó a la ciudad buscando “algo no muy caro” y a través de un portal de internet dio con un piso cuyo anuncio no hacía justicia a la ubicación. Hoy, ocho años después, se siente una afortunada de tener “baños exteriores”. El mayor contratiempo que ha encontrado durante estos años ha sido algún que otro olvido que, por motivos evidentes, lleva más tiempo de lo normal.
Medio siglo después de que A Coruña se acercase más que nunca al cielo, la Torre Hercón sigue provocando el mayor gesto de admiración: pararse y alzar la cabeza hacia el lugar donde unos pocos privilegiados nos contemplan desde las alturas.