Una de dos: o la noche se les ha hecho corta o han descubierto con fastidio que han perdido una hora de domingo. Es lo que tiene el cambio de hora. Que, sin embargo, seguro que echaríamos de menos si desapareciese. Porque nadie querría que durante cuatro meses al año en Galicia aún no hubiese amanecido a las diez de la mañana. Y no por el ahorro energético, sino por la energía vital.