Barajas se está convirtiendo en el epicentro de la diplomacia norteafricana. A la noticia de que regresará la embajadora de Marruecos, Karima Benyaich, se contrapone la salida de su homólogo argelino, que regresa a su país. Es el precio por meterse en un jardín como el del Sáhara, que el Gobierno ha abordado en un momento que nadie entiende y que supone el sometimiento de nuestro país a los deseos de Marruecos. Es posible que algún día sepamos lo que se esconde en la trastienda de este cambio de postura histórico del que es muy difícil que consigamos salir indemnes. Más allá de la ruptura interna que la postura de Sánchez puede provocar en el seno del Gobierno con sus socios de Podemos, la realidad es que hay también una gran fractura social en un país que siempre ha demostrado una simpatía abierta por los saharahuis en su lucha contra Marruecos.