Hasina y Adila son dos hermanas de 18 y 16 años viviendo en Afganistán, que se paran todos los días frente al televisor cuando suenan las noticias para saber si los talibanes han revertido su decisión de prohibir que las niñas vayan a la escuela.
Pero a medida que pasan los días, ese halo de esperanza se va cerrando cuando ese anuncio nunca llega y los fundamentalistas, en vez de relajar, imponen cada vez más restricciones que atentan contra sus derechos y libertades.
"Estos dos años han sido como una pesadilla para mí por no ir a la escuela", admitió Hasina a EFE.
Su sueño de convertirse en maestra se truncó cuando los 20 años de progreso, bajo la invasión estadounidense, se borraron de un plumazo con la caída de Kabul en manos de los talibanes hace dos años.
La primera de las medidas que retrocedería Afganistán a la era del primer régimen talibán de 1996 a 2001 vino con la reconquista del país, cuando permitieron a los varones volver a las clases de educación secundaria, excluyendo a las mujeres con la promesa de permitírselo una vez adapten los contenidos a la sharia o ley islmámica.
La medida acabó extendiéndose el pasado diciembre a la educación universitaria, y por el camino se sumaron otras, como la de no poder trabajar en ONG, la segregación por sexos, o la más reciente, cuando ordenaron la semana pasada el despido de aquellas que acudan sin velo a sus puestos de trabajo.
Ante la imposibilidad de estudiar y con el ánimo de ayudar en la economía, las hermanas comenzaron a trabajar a finales de 2022 como aprendices en un salón de belleza, una de las pocas cosas que se podía hacer en Afganistán hasta que el mes pasado también fueron cerrado.
Hasina y Adila viven en el barrio Kart-e-Naw de Kabul con su madre Sakina, una mujer de 40 años que no ve futuro en la vida de sus hijas mientras los talibanes sigan en el poder.
"Nuestras hijas están sufriendo. Han comenzado a tomar medicamentos para la ansiedad y los trastornos del sueño. Nos sentimos impotentes para salvaguardar sus derechos básicos", dijo a EFE.
Con el depuesto Gobierno, que duró casi dos décadas con el apoyo de EE.UU. y la ONU, las niñas constituían el 39 % de los 10 millones de estudiantes matriculados en las escuelas afganas, y las mujeres representaban alrededor del 28 % de los empleados del gobierno.
Ahora, solo un pequeño grupo de mujeres puede trabajar en la administración segregada por género del gobierno fundamentalista.
"Las mujeres afganas están pasando actualmente por las condiciones más difíciles e insoportables", indicó a EFE una extrabajadora del Ministerio de Justicia que, tras la vuelta al poder de los talibanes, se convirtió en una activista proderechos, Zarlasht Mayar.
La activista ve "pocas posibilidades de mejorar la deplorable situación actual", después de que en dos años los talibanes hayan "desmantelado y reprimido violentamente" casi todos los movimientos por los derechos de las mujeres.
Y es que la situación de las mujeres no parece que vaya a cambiar hasta que los talibanes se deshagan de su percepción de las mujeres "como fuentes de pecado y corrupción", dijo a EFE la directora de la Red de Participación Política de Mujeres Afganas, Taranom Seyedi.
"Los talibanes han emitido más de 50 decretos y reglamentos crueles y opresivos para aislar a las mujeres de la vida pública", y en estos últimos dos años ha habido un aumento de suicidios y matrimonios forzados de menores, así como un incremento de casos de violencia machista en el país, agregó.
A su juicio, parte de en lo que se está convirtiendo Afganistán lo tienen la comunidad internacional por no manifestar una posición firme y no actuar en contra de los crímenes y opresiones de los talibanes.
Pero aun así, Seyedi no pierde la esperanza: "Las mujeres afganas resisten con resiliencia las opresiones de los talibanes y creemos que la victoria será nuestra", sentenció.
Los talibanes han asfixiado todos los aspectos de las vidas de las mujeres, dijeron expertos de la ONU en un informe publicado el mes pasado que sostiene que esto podría equivaler a un "apartheid de género".