Dicen algunos meteorólogos que la vuelta de la Semana Santa será algo menos lluviosa, quizá tormentosa en según qué zonas de España. Puede que el abril que nos venga tenga menos ‘aguas mil’ de lo que canta el refrán, porque a saber por dónde derrota ahora el cambio del clima. Lo que le puedo asegurar a usted es que este mes que ahora nos llega, entre otras muchas cosas con promesas de elecciones con resultado incierto, abre una era tormentosa, con muchos rayos de esos que pueden partirte en dos, o partir más a las dos Españas, y truenos atemorizadores y chabacanos que se van a escuchar, por supuesto, incluso en sede parlamentaria. De sosiego, nada. De normalidad, ni siquiera la climática.
Sí, claro, hablo de unas elecciones vascas que puede (o no) ganar Bildu y después, ya en mayo, de unas elecciones catalanas que, vade retro Satanás, podría incluso ganar Puigdemont si nos da alguna sorpresa de las suyas, como entrar ilegalmente en España; yo, de momento, sigo confiando en las encuestas que hablan de una victoria, aunque insuficiente, de Salvador Illa, que es lo menos malo posible en una Cataluña a veces esperpéntica. Y más tarde, ya en junio, hablo de unas elecciones europeas que van a ser analizadas, en clave nacional, como una especie de primarias ante un futuro duelo al sol entre Pedro Sánchez y Feijoo -si es que uno de ellos no se marcha antes, que aquí puede suceder de todo--. Una última y decisiva batalla, las elecciones legislativas, que quién sabe cuándo se producirá, aunque aumentan los adeptos a pensar que será más pronto que tarde (¿otoño? ¿primer trimestre de 2025?) porque este toro ya no da para más. Eso, para limitarnos a hablar del panorama electoral propiamente dicho. Y solamente del nacional, que en el mundo mundial van a ocurrir muchas cosas y hay nubarrones por varias zonas. Pero eso lo dejamos para otro día, que aquí se acumulan las asignaturas pendientes.
Así que, por esta vez y de nuevo, volvamos al secular ombliguismo y centrémonos en los temas de casa. Porque alrededor de las convocatorias a las urnas ocurren otras muchas cosas. Desde la tempestad en la Televisión Española, que esta semana decide, oh Dios mío, no he podido evitar hablar de él en esta columna, si consuma el millonario contrato a Broncano, hasta lo de la Federación Española de Futbol, que eso sí que no hay quien entienda cómo hemos podido llegar hasta aquí.
Así que titulares no nos van a faltar, haciéndonos olvidar preguntas como ‘¿y en qué quedó lo de la amnistía y las escaramuzas que se prevén en el Senado?’ O ‘¿y ahora qué en el Tribunal Supremo?’ O ‘¿y se marchará el comisario Reynders sin haber logrado que España renueve el gobierno de sus jueces?’. Y más, ahora que hablamos de mediadores: ‘¿recuerda usted cómo se llamaba aquel mediador, salvadoreño creo, que iba a lubricar las relaciones entre el Gobierno central y Junts de Puigdemont?’ Sí, Francisco Galindo se llamaba, que me lo ha dicho mi amigo Bing, pero lo que ni el chat GPT ni nadie sabe es qué fue de él, de su mediación, de aquella mesa negociadora con el independentismo catalán...
Bueno, que razones de espacio me hacen no extenderme en la lista de las posible, probables, tormentas primaverales que ojalá solo trajesen más lluvias a nuestros sedientos campos y pantanos. Lo malo, ya digo, son los rayos que te parten, los truenos de mal gusto y peor educación que se cruzan nuestros políticos -unos más que otros, cierto--, y las centellas, que son, vuelvo del brazo de Bing, esferas luminiscentes , “un misterio fascinante que desafía nuestra comprensión”. No me diga usted que todo esto no le suena aplicable a la opaca, algo cerril, embarullada, política española, con danas y Filomenas que no hay hombre del tiempo que las pueda vaticinar. Hemos sobrevivido, incluso con buena nota económica --al menos económica--, a los idus de marzo, pero no sé si sobreviviremos a los de abril y, desde luego, los de mayo amenazan con helarnos el corazón. Claro, con tanta tormenta es que te quedas helado...