Desde hace unas semanas, una cadena de televisión privada de España, pone fin a las noticias del mediodía, con “la buena noticia”. Es de agradecer porque si algo necesitamos los españoles son buenas nuevas que alimenten nuestra moral que, la verdad, está por los suelos. Es imposible ver, leer o escuchar noticiarios que no estén cargados de desastres de todo tipo: que si la crisis eterna, que si la guerra, que si la inflación, que si los precios de los alimentos, de los carburantes, de la luz o el gas, etc. etc.
Todas esas noticias nos martillean cada día y, aunque nos cueste reconocerlo, van minando nuestras fuerzas hasta el hartazgo. Mucho se habla, poco se hace, sobre la salud mental de los españoles y es verdad, las depresiones son cada vez más comunes y abundantes y las vamos toreando con medicamentos cuyas ventas han crecido exponencialmente y que no deben ser la solución pero claro, otros tratamientos con especialistas no están al alcance de todas las economías.
En España se producen, y se ocultan, más de mil suicidios al año, el último dato que escuché hablaba de 12 diarios, una barbaridad, pero la desesperación, la impotencia y la ausencia de empatía lleva a cerebros a enfermar hasta este extremo y algunas personas llegan a la desafortunada conclusión de que su solución es sacarse de en medio poniendo fin a su propia existencia. Estoy convencido de que la ausencia de buenas noticias tiene mucho que ver con esta desgracia humana. La falta de un trabajo, la inexistencia de un futuro previsible, de una mínima estabilidad económica, de una integración social que refuerce a las personas y las asista en momentos de dificultad extrema nos conducen a una soledad no deseada que nos deja solos ante los abrumadores problemas que tenemos y les ayudan, más si cabe, a decisiones erráticas e irreversibles. Más doloroso es el asunto cuando la mayoría de los afectados son personas jóvenes que no han tenido ninguna oportunidad o, quizá, no la han buscado que también pasa. Hace años venimos hablando de la generación “ni-ni”, aquellos que ni estudian ni trabajan y en ocasiones fueron mencionados como “gracieta” en conversaciones coloquiales.
Muchos de ellos han vivido y viven, como si el tiempo no pasara, como si pudieran vivir para siempre a la sombra de sus padres o abuelos, pero cometen un error de base: el tiempo pasa y para cuando se quieren dar cuenta se encuentran con cuarenta y tantos sin oficio ni beneficio y se lanzan a la búsqueda de subsidios que les permitan disfrutar de unas monedas que no cubrirán sus gastos vitales arrastrándolos sin piedad a la exclusión social de la que es muy difícil salir.
El panorama está complicado, tirando a negro, pero es una realidad a la que no debemos dar la espalda, en este caso la política del avestruz es un grave error porque esos seres humanos tendrán que tener una respuesta, una alternativa a su callejón sin salida.
Con este estado de cosas, hablar de “estado de bienestar” es un eufemismo irresponsable, podemos tener sanidad y educación pero si no tenemos futuro para nuestros jóvenes lo que tenemos, sin duda, es un problema. ¿La buena noticia?, que estamos leyendo esta columna, osea que estamos aquí.