He de reconocer que desconocía a este exótico ser burocrático, hasta que ha esbozado su oráculo sobre la amnistía a la carta que intenta perpetrar el gobierno. Admito también que tiene algo de dulce satén y poética magnificiencia, la sede que la cobija y el «hipocorístico» (La de Venecia) por el que se nombra a la Comisión Europea para la Democracia a través del Derecho. Que, lógicamente, se reúne en Venecia y es el órgano consultivo del Consejo de Europa en materia constitucional.
Su papel es brindar asesoramiento jurídico a los Estados miembros, especialmente a aquellos que deseen adecuar sus estructuras jurídicas e institucionales a los estándares europeos en los campos de la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho.
Asimismo busca consolidar un patrimonio constitucional común para la gestión de conflictos a través de la colaboración constitucional de emergencia a los Estados en transición.
En fin, la vergüenza de una tutoría para Estados tardos y bastardos en comprensión de los derechos y deberes que soporta toda democracia y remisos a abandonar las sendas transicionales en materia constitucional. Y ahí estamos nosotros, con nuestro Estado de derecho puesto en la picota, buscando consejo y dignidad para una cuestión que no la admite, como es el caso de la amnistía y los indultos a la carta y para un fin que nada tiene que ver con el común, ni es común a la más elemental decencia democrática.