En junio del año pasado el Rey Felipe VI y el presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, que mantienen una relación muy cercana y afectuosa, ofrecieron una imagen llamativa y entrañable. Ocurrió cuando el mandatario luso visitó Madrid para celebrar la candidatura conjunta de los dos países como sedes del Mundial 2030.
Después de la reunión protocolaria, ambos mandatarios salieron caminando del Palacio Real, cruzaron la plaza ante el asombro de lugareños y turistas, charlaron con la gente y compartieron almuerzo en una terraza del centro de la capital. Una imagen insólita que muestra a dos Jefes de Estado sencillos, campechanos e intachables.
A Rebelo de Sousa le llaman cariñosamente “el presidente de los afectos” por su cercanía al pueblo. Felipe VI también se ha ganado el respeto, la admiración y el reconocimiento de la mayoría de los españoles en los siete años de reinado. No tiene poder, reina, pero no gobierna y cada día está más marginado, incluso en sus funciones de jefe de Estado, pero supo ganarse lo que en la Roma clásica se conocía como auctoritas, el poder moral que brota el prestigio que genera confianza y respeto en los ciudadanos.
Le tocó reinar en tiempos difíciles y presiento que sentiría sana envidia del presidente portugués al que respetan los políticos y ciudadanos de su país como su Jefe de Estado. Por contra, aquí varios políticos desprecian el modelo de Monarquía parlamentaria y al Rey que, aunque parecen multitud por el ruido que hacen, representan al 20% del Congreso.
Están en su derecho de rechazar la monarquía, pero mienten cuando piden la República en nombre de la democracia porque la que encarna Felipe VI es una democracia plena y el Monarca es el mejor servidor público que tiene España. Supera con creces en formación, en prestancia y coherencia a quienes le denigran y a la mayoría de los políticos de cualquier administración.
Hace unos días hizo público su patrimonio, una iniciativa que, además de revelar que es el Rey más pobre de Europa, refrenda la ejemplaridad y transparencia que Felipe VI aplicó a la Casa Real desde el primer día de su reinado y ahora hace oficial.
Este “desnudo económico” con el que la Corona informa a la sociedad sobre el destino del dinero público que recibe también fue criticado por sus detractores y no tiene su correspondencia en el Gobierno ni en políticos e instituciones que predican la transparencia que no practican, escamoteando los datos de gastos cargados al presupuesto escudándose en el “secreto oficial”.
Son exigentes con la Casa Real mientras hurtan a los ciudadanos información obligada por la Ley de Transparencia. Así es la coherencia de políticos y partidos.