Las culpas repártanlas ustedes porque me limitaré en estas líneas a poner negro sobre blanco algunas cuestiones que me tienen absolutamente preocupado. Como prólogo diré que siento envidia de esos países que se hacen fuertes desde su unidad y que entienden que la misma es un objetivo innegociable, un valor a proteger porque cualquier nación dividida es, obviamente, más débil, más vulnerable. No es un problema nuevo, España sufre los envites del separatismo desde hace muchos años, pero lo cierto es que a medida que pasa el tiempo, los enemigos de la unidad española van logrando sus metas poco a poco y es verdad también que una ley electoral poco afortunada les beneficia y favorece una desproporción entre votos y escaños que les da una fuerza que está muy por encima de su real apoyo electoral. Partidos con más de un millón de votos a nivel nacional apenas obtienen representación en las cortes mientras los nacionalistas con apenas trescientos mil votos se cobran más de diez escaños que, a la postre, son decisivos para formar mayorías parlamentarias en Madrid y ahí está el gran negocio del independentismo. Los grandes partidos se ganan el voto separatista a base de hacerles concesiones económicas, legislativas y de todo tipo a costa, no lo duden, de hacer un estado más débil y menos cohesionado. Vamos a los datos, en estos días hemos visto como los vascos podrán participar en competiciones internacionales de surf o pelota vasca. No hay que ser muy avispado para darse cuenta que es una puerta que se ha abierto y que vendrán otras modalidades deportivas que exigirán también su presencia en competiciones internacionales. Que a nadie coja por sorpresa ver a la selección vasca de un deporte competir con la selección española, con el desconcierto del respetable que no lo entenderá. Naturalmente en poco tiempo Cataluña, Galicia o cualquier comunidad exigirá igual trato que los vascos. Los vascos tienen además su “cupo vasco” que los diferencia del resto de los españoles y obtienen beneficios fiscales que otras comunidades no tienen. Por su parte el separatismo catalán que montó su “referéndum” ilegal, exige a Pedro Sánchez que ningunee el delito de sedición, para beneficiar a los artífices de aquella chapuza con la que pretendieron romper España atacando a la Constitución y la unidad del estado. De esta manera, personajes como Puigdemont se librarán de las consecuencias de sus hechos y, me imagino, se partirán de risa de la justicia española que, sin duda, ya no es igual para todos. Mención aparte merece Bildu, que pasa factura de sus apoyos a Sánchez en forma de bálsamos para ETA y los presos de la banda terrorista habiendo ganado ya el blanqueamiento del brazo político de la banda armada. Otras comunidades se suben ya al carro independentista como Baleares que con una presidenta socialista se arrima peligrosamente al separatismo catalán e impone el idioma en su territorio, aunque le suponga la pérdida de sanitarios que son excluidos por no conocer la lengua de Junqueras. Eso sí, los catalanes se pasan por el forro las sentencias del Supremo sobre el español en las aulas catalanas, ese 25% que la sentencia obliga y que el gobierno catalán desprecia y no pasa nada. Una nación se puede romper de forma abrupta o a trocitos y parece que España eligió ir a trocitos.