“Yo soy español, español...”

Fue el eslogan coreado por millones de españoles en todo el país en la noche del domingo cuando el árbitro del España-Inglaterra decretó el final del partido que daba como vencedor al equipo nacional. La victoria fue la culminación de un campeonato brillante por parte de la Roja que ganó sus siete partidos, un palmarés único. El anticipo de esta victoria nos lo regaló el joven Alcaraz con su segundo triunfo en Wimbledon ganando al mítico Djokovic. El domingo fue un día glorioso para el deporte español.


Los exégetas de la victoria de estos jugadores, que practicaron un fútbol alegre, valiente y vistoso, están haciendo muchas consideraciones y análisis sobre la entereza y personalidad del equipo y tienen razón. Pero la premisa que hizo posible llegar a la victoria final corresponde al entrenador, Luis de la Fuente. Quienes le conocen dicen  que es un hombre humilde, discreto y respetuoso, de fuertes convicciones personales y siempre portador de buenos modales. 


Debe ser verdad porque este riojano ejerció su liderazgo, supo transmitir los valores en los que cree al grupo de jugadores y “administró” perfectamente, en entrenamientos y partidos, las fuerzas y las habilidades de los veintiséis “diestros y aventajados atletas”, llenos de juventud, de talento y de ganas, para que pusieran en todos los lances del juego “alma, corazón y vida”. 


El resultado está a la vista. Ese grupo de futbolistas, procedentes de distintas comunidades de la España plural, dejaron constancia de entrega, de tenacidad, de cohesión y de ayuda mutua, que son valores propios del trabajo en equipo, y, además de ganar el prestigio de conquistar una copa, conquistaron el corazón de toda España reavivando un sentimiento de orgullo nacional que tiene precedentes en los anteriores triunfos de la Roja en los años 2008 a 2012. 


El éxito del fútbol español eclipsó por unos días la polarización política y social, lo que demuestra que se pueden superar las diferencias cuando aparece una idea compartida. ¡Cómo nos iría de bien si, respetando las diferencias y singularidades de cada uno, todos remásemos en la misma dirección ante proyectos comunes!. Lo dijo el canciller prusiano OttoVon Bismarck “La nación más fuerte del mundo es sin duda España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo”.


Lo cierto es que el fútbol ha logrado, siquiera por unas horas, “galvanizar” al país por encima de las diferencias y nos ha proporcionado a todos unas horas de intensa alegría  que son como una tregua frente a las preocupaciones personales diarias y a la crispación política colectiva. ¿Hasta cuándo?  No se hagan ilusiones, calculen que en unos días se volverá a hablar de políticas rastreras y de luchas partidarias. Al menos, que nos dejan saborear los triunfos. 

“Yo soy español, español...”

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