Un asunto como el del giro copernicano de España en relación con el Sahara, para dar satisfacción al monarca marroquí, no puede despacharse con las meras declaraciones de los ministros de la Presidencia y de Exteriores, asegurando que todo se ha hecho bien, que se consultó este paso con Argelia y que todo va a redundar en una situación mejor y más clara con nuestros vecinos del norte de África. De momento, Argelia está hecha un basilisco, hablando de ‘traición’ de España a los saharauis (al Polisario, en realidad), mientras que la embajadora alauita, Karima Benaich, va a regresar. Otro lío. Esperamos las explicaciones de Sánchez, que tienen que llegar esta misma semana. Lo han pedido varios grupos parlamentarios: que acuda a la Cámara Baja a dar esas explicaciones. Y las dará, dicen. Otra cosa es que sean convincentes.
El presidente tiene varias oportunidades para narrar a los españoles, y además en el Parlamento, lo que ha ocurrido. Por qué la urgencia de enviar una carta a Mohamed VI allanándose a sus pretensiones y si de veras se consultó o no, y en qué términos, con Argel lo que se pensaba hacer para ganarse a Marruecos. El ministro de Exteriores asegura que sí, que se consultó con las autoridades argelinas, dando a entender que ellas permitirían este giro diplomático español. Pero Argelia lo niega, ha llamado a consultas a su embajador Said Moussa y a saber qué muestras dará ahora nuestro segundo proveedor mundial de gas de su enfado.
Tiendo a creer que todo es una sobreactuación y que no me equivoqué del todo cuando pensé, hace un par de días, que el obligado gesto amistoso hacia Rabat era un acierto. Ojalá todo se quede en la política de gestos, para que luego nada ocurra, pero, eso sí, quedando bien cara a la galería. Me resultaría impensable que España, país serio pese a todo, hubiese dado un paso como el de admitir el estatus de ‘autonomía’ para el Sahara sin haber obtenido alguna clase de luz verde, al menos un ‘sí, pero...’ del veterano presidente de Argelia, Abdelmadjid Tebboune, con quien las relaciones parecían, hasta anteayer, excelentes.
Yo diría que Sánchez tendrá este miércoles mucho que hacer en el Congreso, cuando se produzca la sesión de control al Gobierno, que, por cierto, no contiene ninguna pregunta sobre esta nueva ‘crisis del Sahara’, en virtud del absurdo corsé del Reglamento de la Cámara. Pero no me cabe duda de que Sus señorías, entre las que lamentablemente ni está ni estará el nuevo líder de la oposición, encontrarán el modo de interrogar a Sánchez acerca del viraje sobre el Sahara, que a nadie se lo consultó, por cierto, y sobre otros muchos temas de actualidad, desde la luz hasta la protesta masiva de los ganaderos y agricultores este domingo.
España es ahora un país que, por muchas razones, revienta por las costuras y exige respuestas que vayan más allá del ‘aguarden al Consejo Europeo decisivo del próximo día 24’, o del ‘ya bajaremos la luz y la gasolina el próximo día 29’. Faltan explicaciones sobre el cómo, cuándo, cuánto, por dónde, quién y a quién, se aplicarán esas medidas, hoy misteriosas, tan genéricamente anunciadas por el ministro Bolaños. “Basta ya de chulearnos”, gritaba el ‘mundo rural’ este domingo en las calles de Madrid, y no era, aunque puede que en parte algunos estén interesados en presentarlo así, un grito exclusivamente ‘ultra’. Sánchez se carga de problemas, unos interiores y otros, ay, tan innecesariamente, exteriores y explica poco y mal cuáles son sus soluciones. Tras los viajes por Europa convenciendo a sus colegas de la UE sobre la bondad de sus fórmulas, ahora tiene que convencernos a nosotros. Personalmente, lo digo sin reticencia alguna, estoy deseando que lo haga, porque ello significará que no todo se está haciendo tan mal como, a primera vista, parece en estas horas recientes.