Fueron el Gobierno de España, rendido al independentismo, y el Govern los que permitieron el show de Puigdemont, una afrenta y humillación a los españoles, que se desarrolló en tres actos. El primero, la entrada clandestina en España, se produjo porque Defensa e Interior desactivaron al CNI y a la Policía Nacional y Guardia Civil para que dejaran de seguir al delincuente. Son los primeros responsables políticos.
El segundo acto, el paseíllo hasta el Arco de Triunfo, fue posible porque el Conseller de Interior envió a los Mossos a tomar un café mientras Puidemont llegaba al escenario autorizado por el ayuntamiento de Barcelona. La huida -tercer acto- se materializó porque ¡un semáforo en rojo! impidió seguir el coche del fugado. Consumada la huida los Mossos montaron la “operación jaula” para disimular y jo…robar a los ciudadanos.
Tres actos que son una exhibición obscena de la complicidad de los gobiernos de España y Cataluña que desobedecieron la orden del Tribunal Supremo y dieron impunidad al prófugo. “La maniobra fue eficaz, impecable, perfecta. Les salió a todos como todos querían que saliera. Y en dos días se habrá olvidado”, escribió Pérez Reverte.
Ahora, hay que prepararse para “no comprar” dos nuevos mensajes oficiales que ya difunden las crónicas subvencionadas de la prensa amiga. Uno, que el procés ha muerto y comienza una nueva era en Cataluña con un Illa que ¡asume todos los postulados de Esquerra Republicana!. Da la impresión que el PSC es ahora la marca blanca del independentismo y Sánchez e Illa abanderan un nuevo procés.
Dos. El Gobierno pregonará las bondades del acuerdo de financiación singular. Concede a Cataluña la independencia fiscal y dice que mantendrá la solidaridad entre comunidades y regiones”. Es la cuadratura del círculo que ya predica la vicepresidenta Montero. No tardarán en hablar de referéndum para la independencia política.
Dice Nicolás Redondo que “lo sucedido en los últimos años fue posible por el insaciable apetito de Sánchez por el poder”, que abrió en canal al Estado: colonizó las instituciones, eliminó todos los controles y está dinamitando al Estado de Derecho. Él apadrinó el esperpento de Puidemont, que avergüenza a la mayoría de los españoles y, además, fue el hazmereir que colocó a nuestro país en las portadas de los informativos de todo el mundo que no daban crédito a lo ocurrido en ese “circo catalán que dejó escapar al separatista delante de 300 policías” (The Times).
“La última reserva en el funcionamiento del Estado de Derecho es el poder judicial”, afirma el profesor Blanco Valdés. Por eso cabe esperar que la justicia española y europea salven la salud de nuestra democracia. Hasta que los españolas despierten de la anestesia y se expresen en las urnas sobre esta degradación institucional que dinamita lo mejor que tenemos, la Constitución de 1978.