Las elecciones presidenciales de Francia han pulverizado una ley física, la que establece que un extremo es un extremo, y que, en consecuencia, nada hay más allá porque no hay más allá. Pues bien; más allá de la extrema derecha de la Agrupación de Marine Le Pen hay algo, algo que rebasa, desafiando la física y la lógica, dicho extremo, y que, encima, tiene nombre, Reconquista, y aun detrás de ese nombre, otro, el de un tipo muy raro, Zemmour.
Dejando a un lado cuanto puede comentarse y analizarse sobre los resultados de los comicios franceses, esa distancia menguante entre la civilidad democrática y la barbarie neofascista, y, en plan más positivo, el alivio por la momentánea victoria de aquella sobre ésta, lo que pasma es esa capacidad de la derecha, esperemos que solo de la francesa, de extenderse hacia el infinito. Hasta ahora se podía entender que a la derecha de un señor de derechas como Emmanuel Macron hubiera una señora extremadamente de derechas como Marine Le Pen, pero a a partir de ahora, que ha emergido de ese extremo otro extremo, es decir, como el extremo del extremo, ya no se puede entender otra cosa que el miedo que eso da.
Claro que en un paisaje político del que han desaparecido, como por ensalmo, los partidos tradicionales de la derecha y de la izquierda, el PP y el PSOE galos como si dijéramos, todo es posible, pero esto de Zemmour y su Reconquista es tan brutal que no puede sino ser cierto. Horroroso, demencial, pero cierto. También la izquierda podía haberse embarcado en pos del infinito dadas las circunstancias, pero el partido de Mélenchon no va de eso, sino que es una suerte de Podemos que, como él, sólo tomaría los cielos por asalto de boquilla, retóricamente, pues, mal que bien, se acomoda en el sistema democrático.
La derecha francesa se ha revelado insaciable, como Putin, su referente, y ya no se conforma con el extremo, acaso impelida por la convicción de que aún quedan muchos nostálgicos del aroma pútrido del “Eau de Vichy” a los que Marine Le Pen les parece una blanda, y su partido de un extremismo de pega. Esa derecha antieuropea, antirrepublicana, despiadada, autoritaria y liberticida ha tendido desde su extremo la mirada hacia el infinito y ha debido ver que aún le queda márgen para seguir extremándose más y más.