Quién sabe cómo será la España del próximo 19 de febrero, cuando conozcamos si el Partido Popular de Alfonso Rueda ha conseguido o no este domingo 18 la mayoría absoluta que le permita gobernar. Los sondeos, aunque los titulares difieran según quién analice la botella medio llena o medio vacía, indican que probablemente sí, que podrá. Pienso que a Pedro Sánchez, que disfruta (porque ama el peligro, está claro) en el mar de los sargazos de sus líos con los fiscales, con los jueces, con Puigdemont, con los campesinos, le importa solo relativamente el resultado, aunque se va a fajar en la lucha, que, pugnaz él, es lo que realmente le gusta, más aún que la victoria. Y, en todo caso, si alguien gana en la izquierda no será el Partido Socialista, sino el Bloque Nacionalista.
A Alberto Núñez Feijóo, claro, le va más en lo que ocurra en Galicia, aunque mi tesis es la de que no se juega el liderazgo de la oposición y del PP en las urnas galaicas. Se lo juega, pienso, por otras razones.
Claro, no hago más encuestas que mis múltiples conversaciones acá y allá, e interpreto, porque es mi obligación, los sondeos que realizan otros, bastantes de ellos para lo que valgan. Pero constato, más que pesimismo ante los resultados de la votación del 18, un descriptible desconcierto entre el ‘público popular’, de votantes e incluso de militantes, ante algunos bandazos de ‘la cúpula’: el PP ha perdido el liderazgo de la protesta de los agricultores frente a Vox, que blande las reivindicaciones del campo como si fueran propias, lo que, siendo inveraz, al menos ha calado en la opinión pública. Y sospecho que al menos algunos, bastantes, de mis interlocutores cercanos al PP no acaban de comprender los volantazos frente a los contactos con Puigdemont y Junts, la comprensión, ahora, de los indultos, las dudas (también ahora) sobre si el ‘procés’ implicó o no actos de terrorismo... Giros de posición no del todo bien explicados, a mi juicio, a esa militancia que ya no aguanta más de lo que se practica desde La Moncloa, pero que no ve tan cerca el relevo.
Y así, desde el Gobierno surgen voces triunfales y por supuesto exageradas y manipuladoras --pero eso, en tiempos prelectorales, ¿qué importa?-- sobre los virajes en el PP. Todo vale en la recta final de una campaña, y en el PSOE se recuerda que el bajón de los ‘populares’, que dio a Feijóo una victoria tan exigua que le impidió gobernar, se produjo precisamente en esa recta final, entre los días 17 y 23 de julio, en los que el principal partido de la oposición estaba tan seguro de la arrolladora victoria que le garantizaban sus arúspices y palmeros que se descuidó lamentablemente... El resultado ya se ha visto. Desde luego, ambos partidos mayoritarios nacionales necesitan ganar en Galicia por aquello de la imagen y la moral de la tropa, sobre todo ahora que los extremos --Sumar y Vox, cada uno en su ámbito-- se desinflan y que nuevas propuestas llegan al campo de la izquierda (BNG en el caso de Galicia, pero hay otras a nivel nacional).
Sánchez tendrá que hacer frente esta semana a las crisis que ya estaban ahí: la de los fiscales parece más inquietante que las de las instrucciones de los jueces García-Castellón (terrorismo en el ‘procés’) y Aguirre (presuntas conexiones del independentismo catalán con la Rusia de Putin). Pero el caso es que, con o sin acuerdo entre los fiscales, pase lo que pase con las instrucciones judiciales, digan lo que digan ciertas instancias europeas, el próximo día 21 la ley de amnistía tendrá que quedar aprobada en el Congreso... o rechazada, porque Junts no sume sus siete escaños a los partidarios del ‘sí’, que, paradojas de la vida, amnistiaría al propio líder espiritual de Junts que duda si votar a favor. Todavía creo en la lógica y por eso me inclino a pensar que en ese pleno parlamentario decisivo habrá acuerdo de última hora de los socialistas con los de Carles. Y, para entonces, tres días después de las urnas del 18-F, sospecho que lo que ocurra el domingo electoral en Galicia estará ya casi olvidado, porque así van los ritmos en la enloquecida política española.