Llego a casa al filo de un día que ya no es mi día sino el día después. Al límite de este día que he apurado al máximo, al límite también de escribir estas líneas semanales.
Un día, el de mi cumpleaños, que se ha ido llenando de mensajes –unos más escuetos, otros expansivos, algunos neutros, otros genuinos– y de momentos de felicidad compartida. En la Obertura de este 18 de septiembre de 2024, no han faltado los vientos, llevándose lo obsoleto y preparando el terreno para nuevas melodías, la siempre atenta escucha de Carlos y su abrazo en si sostenido. Llegaron las prisas, entra la agenda en ritmo vivace y sin apenas darme cuenta, se torna presto. ¿Algún momento para la pausa? Todavía no toca ese tempo, se percibe más bien un andante, con el equipo, al solecito en nuestra terraza al borde del muelle de trasatlánticos mientras compartimos ese “momento comida”, hoy con sabor a tiramisú y triple chocolate.
De nuevo nos ponemos en ritmo vivace, hasta que toca compartir algunas nociones de oratoria, que se convierten en algo más digno de un adagio. No podía faltar en esta composición “vitalo-musical” momentos grave, para disfrutar con quien me recibió con amor un 18 de septiembre de 1966 a las 17.00. La recta final del día rompe con un allegro de algarabía de amigas, risas y una intensa y emocionada puesta al día para cerrar en ese lento de mi rincón de escritura.
Un día y muchos tempos. Un día de celebración y muchas celebraciones en un día.
Al final sí que va a ser cierto que me gusta la fiesta, celebrar mi cumpleaños una y otra y otra vez y enfrentar la vida al estilo Lola Flores “emborrachándome de bulería, de cante bueno, de alegría…” Y no significa que no haya sombras, que todo se envuelva en sonidos vivos. Se trata de encontrar la luz adecuada a cada momento, la melodía, la cadencia y el volumen que acompañan el instante vivido.
Se trata, en definitiva, de aprender a mirar, aprender a escuchar. Nuestra mirada y nuestra escucha es una decisión, un propósito.
¿Me pregunta Silvia cómo afronto este nuevo año de vida? Me sale sin pensarlo, “feliz, compartiendo muchos momentos como los vividos hoy.” Como los vividos toda esta semana donde no han faltado celebraciones, y he sentido la felicidad de otros y la he hecho mía.” El amor de quien se une en la alegría y en la tristeza, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y así amarse y respetarse todos los días de su vida. La ilusión de un proyecto que nace respondiendo al “zumbido interno” y el anhelo de crear espacios de conocimiento compartido.
La felicidad no está en los grandes sueños o quizás sí en imaginarlos. Me quedo, por lo tanto, con la alegría de lo pequeño, del instante. Por eso es importante observar, abrir bien los ojos, el corazón con alas, los oídos atentos a los sonidos que nos abrigan y la piel sensible a las caricias más sutiles.
Quizás Sándor Márai tenía razón en su “Divorcio en Buda” cuando decía “Hay que aceptar la felicidad así, en su estado imperfecto.” Compartida, sin embargo, quiero creer que es algo más perfecta.