Escribe Jordi Evole que “se dicen cosas que significan otras”. Muy cierto. Y es posiblemente la tragedia de este momento que vivimos: que, hablando todos en español, nos entendemos habitualmente menos que ahora en el Congreso de los Diputados sin pinganillos. Nuestro lenguaje, y no solo en política, empieza a ser el españés. O el catañol. Porque hay un montón de palabras, no solo ‘amnistía’, ‘transfuguismo’, ‘igualdad’ o ‘derecho’, que parecen significar conceptos muy diferentes según quién las pronuncia y dónde. O cuándo, claro, porque, y ahora se cumplen dos meses desde aquellas elecciones que cambiaron España, hay cuestiones que antes del 23-J querían decir, y entendíamos todos, una cosa y hoy parece que son muy otra.
El dios de Noé, explica el Génesis, se enfadó tanto porque los descendientes del primer navegante famoso trataran de levantar una torre que llegase hasta el cielo en la llanura de Senar (Babel), que decidió que unos empezasen a hablar en unas lenguas y otros en otras, creando una confusión tal que se abandonó, como tarea imposible, la construcción de la torre, dejando una ruina desoladora imaginada y pintada muchos siglos después por Brueghel ‘El Viejo’. Que no es que quiera yo comparar lo ocurrido esta pasada semana en el Congreso de los Diputados con lo de la torre, claro está: incluso me parece bien que, en aras de la concordia y la integración, las lenguas cooficiales sean admitidas en los trabajos del Legislativo. Lo malo es que muchos de quienes propusieron la iniciativa trabajan exactamente por lo contrario: por la confusión y la ruptura.
Y, así, términos como izquierda, derecha o centro pierden su valor prístino. Y vaya usted a saber si Felipe González es el reconstructor de la izquierda hace cuarenta y un años o es un caballo de Troya de esa derecha que incita a los diputados socialistas a abandonar su lealtad al ‘jefe’ y propiciar la investidura, que seguramente va a ser más bien desinvestidura, de Feijóo. O a saber si ese Puigdemont que hace dos meses y un día era el enemigo público número uno del Estado ahora es, sin haberse arrepentido de sus pecados, un hombre de ese Estado, capaz de estabilizar la nación de la que se quiere marchar cuanto antes y por la puerta muy grande.
¿Qué se quiere decir cuando, en manifestaciones como la de este domingo alentada por el PP, se grita que se quiere la ‘España de la igualdad’?. Todos hablan de igualdad, como de democracia o de representatividad, y parece que todos quieren decir lo mismo, pero explicándolo de forma opuesta, o sea, que no quieren decir lo mismo. Sí: es un trabalenguas, que se repite cuando, por poner un ejemplo, utilizamos conceptos jurídicos como la ‘constitucionalidad’ o no de algo, como la amnistía, sobre la que también, Yolanda Díaz dixit, existen tres conceptos distintos, pero, supongo, solo uno verdadero, el que propicia al de Waterloo paseando triunfal por su Girona natal. Así, al Babel lingüístico le añadimos el jurídico, que se solapan, y la confusión del ciudadano, que ya ni sabe si lo que votó hace dos meses significa hoy lo mismo que le decían que significaba, es total.
Temo que la ‘babelización’ de España, tiene mal arreglo. Mal asunto cuando hay que acudir al diccionario de la RAE para comprobar si hay distintas acepciones a un término que hasta hace menos de un lustro nos parecía unívoco, ‘nación’.
Y esto que nos ocurre, lo del españés y todo eso, no es una maldición de Yaveh. Ningún dios necesita lanzarnos sus rayos iracundos cuando los hombres, al menos dialécticamente, ya nos los lanzamos entre nosotros