Hágannos caso: somos nueve millones

A primera vista, comprender la política en este país nuestro es algo bastante arduo: ahí está el Gobierno, virando en veinticuatro horas sobre si debía o no ‘trocear’ el llamado ‘decreto ómnibus’ o mantenerlo incólume; y el presidente Sánchez decidiendo, en un par de horas, si debía o no comparecer ante la prensa tras el Consejo de Ministros para ‘explicar’ el giro. Y ahí tenemos al Partido Popular, pasando del ‘no’ al ‘omnibus’ que actualiza las pensiones de los pensionistas y las subvenciones al transporte público al ‘sí crítico’. Todos miran a los pensionistas, que son los que, más aún que Puigdemont, por supuesto, dan o quitan La Moncloa: son, somos más de nueve millones, ni una broma.


Yo diría que esos nueve millones de votos, que según las encuestas hoy en día son mayoritaria, pero no abrumadoramente, más cercanos al PP que al PSOE, han sido los que han propiciado unos giros difíciles de entender en los dos partidos mayoritarios. De asegurar que el decreto ómnibus –un despropósito democrático, esto de agrupar las pensiones con los palacetes en París– era intocable y se aprobaría en el Consejo tal cual se redactó y tal cual fue rechazado en el Congreso, los ministros se tragaron el sapo de sus palabras y asumieron que lo mejor era el despiece –bueno, oficialmente ahora se llama de otra manera– del despropósito jurídico.


Y en el campo del PP reflexionaron, tras no pocas consultas y tensiones internas: los ‘duros’ perdieron frente a los que, como el propio Feijoo, subrayaban que no convenía agraviar a los pensionistas y a los más necesitados. Porque argumentar, como hacían algunos, que el bono al transporte público es algo que no se puede dar a todo el mundo así, sin más, es falaz: ¿es que los verdaderamente ricos, en general, viajan en transporte público? Pues, aunque pueda sonar demagógico, la evidencia es que no.


Me alegro del viraje de ambos. Hay que cambiar los modos de hacer política. En este país nuestro hay que acabar con la política del garrotazo y tentetieso, con el ‘no es no’, con el ‘sostenella y no enmendalla’, con los decretos tramposos. Porque no somos solamente nueve millones trescientos mil pensionistas, totales, parciales o mediopensionistas, los que aguardamos unas decisiones en las que nos va mucho: está todo el país pendiente ‘de lo suyo’, sea lo que sea lo suyo; es esta una nación pasmada ante la evidencia de que sus representantes piensan más en sus alfombras rojas y en sus pendencias que en el bien de la ciudadanía.
En los próximos años, dicen geriatras y demógrafos, nos encontraremos con un tercio de la población cumpliendo más de sesenta y cinco años. Toda una fuerza electoral que hará que las agencias de viajes, los periódicos, el ocio, la ‘grey economy’, los automóviles, las panaderías, tengan que pensar en una acción decidida en favor de los ‘jubilados’ (cuando puedan jubilarse, claro, que no será a los 65). Y, por supuesto, esa llamada ‘clase política’, que corre el riesgo cada vez mayor de ser una casta política, también tendrá que pensar, abandonando edadismos y egoísmos, en esa franja del electorado y que paga sus impuestos y consume.


No se puede, porque no es justo ni realista, contraponer a los ‘mayores’ con esa franja de jóvenes que, por cierto, se sienten crecientemente atraídos, dicen las encuestas, por Vox. Dad a Dios lo que es de Dios y a la llamada ‘tercera edad’ lo que es suyo. Si París bien vale una misa, La Moncloa bien merece un giro en las políticas que ayer eran irrenunciables y hoy, ya ven, son flexibles. Todo un síntoma de los tiempos que vienen, me temo, ay, de la mano de una cierta gerontocracia, que tampoco es eso, verdad Trump. 

Hágannos caso: somos nueve millones

Te puede interesar