Parece haber una distancia infinita entre aquella mujer que se batió con determinación y valor en el Parlament valenciano contra la podredumbre política del momento, y ésta que el pasado sábado, ya investigada por la posible dejación de sus deberes en el caso de la agresión sexual de su ex-marido a una menor tutelada y en vísperas de la forzada dimisión de todos sus cargos institucionales, pudimos ver entregada a un baile desatentado y absurdo. Parece mediar una distancia sideral, mucho tiempo, entre aquella Mónica Oltra y ésta, pero sólo han pasado cinco años.
En cinco años pueden pasar y pasarle a uno muchas cosas, pero no siempre una caída a los infiernos de esas características. A los infiernos interiores, privados, por sentir el espanto de haber contraído matrimonio y adoptado dos niños con un tipo que acaba condenado por pedófilo, espanto que ha debido conservar aún después de separarse del marido al poco de conocer su infame delito, y a los infiernos de la opinión pública, y no sólo de aquella que, en sus antípodas ideológicas, está utilizando políticamente el suceso en su descrédito total, sino también, y me atrevería a decir que principalmente, de la que, afín a sus ideas y habiendo tenido un concepto positivo de su persona, se ha avergonzado lo indecible al verla resistirse durante seis días y de tan burda manera a la dimisión de sus cargos.
Mónica Oltra podría perfectamente haber templado la abrasadora temperatura de esos infiernos con sólo haber hecho, según fue imputada, lo que tantas veces recomendó y hasta exigió a otros, dimitir. Haciéndolo presto y de grado, habrían cobrado más valor, paradójicamente, sus protestas de inocencia. Aunque la lentitud exasperante de la Administración de Justicia no ayuda, si su imputación acabara archivada o fuera absuelta en caso de seguir el proceso adelante, Mónica podría regresar a la política activa con todos los pronunciamientos favorables y habiendo quedado como una señora. No haciéndolo, resistiéndose a dimitir hasta el final, ha avivado las llamas de los dos infiernos.
La compasión que no le inspiró al ex-marido el desamparo de la niña abusada, ni tampoco, según se sospecha, a la Consellería del ramo responsabilidad de Oltra, se puede sentir por quien, ante la perspectiva de semejante viaje, no se le ocurre otra cosa que ponerse a brincar de esa manera en público mientras se aferra al cargo. Pero sólo compasión. Y poca, comparada con la que suscitan las niñas ultrajadas.