Un accidente aéreo genera un profundo impacto emocional en los sobrevivientes, cuando los hay, en las familias de las víctimas y en toda la sociedad. La tragedia repentina y la magnitud de pérdida de vidas desencadenan sentimientos intensos de dolor y nos recuerda la fragilidad humana sometida con cierta frecuencia a adversidades imprevistas.
A decir de los expertos, los supervivientes arrastran graves y permanentes secuelas con muchas manifestaciones, entre ellas ansiedad y trastornos debidos al estrés postraumático. Por su parte, las familias de las víctimas se enfrentan al dolor causado por la tragedia que les arrebató a sus seres queridos.
Traigo esto a colación a propósito del accidente de Spanair en Barajas hace 16 años cuando despegaba rumbo a Gran Canaria, que dejó la cifra escalofriante de 154 víctimas mortales y 18 heridos. Como cada aniversario, la Asociación de Afectados por ese vuelo recordó a las víctimas y este año presentó la Fundación A20 Seguridad Aérea.
“Es una fundación que va a luchar por el estudio e investigación y por el desarrollo de políticas que implementen una mejora en la seguridad de los vuelos”, señaló el vocal de la Junta Directiva, Federico Sosa. Aquel avión, añadió, no llegó a su destino, no por culpa del piloto, “sino porque se produjeron una serie de errores y e irresponsabilidades que condujeron a que esa aeronave no tenía que haber estado en vuelo”.
El aniversario de aquella tragedia me llevó a releer “El instante decisivo”, el libro en el que el piloto gallego, José Antonio Silva, cuenta en una serie de relatos los apuros en los que se vieron muchos pilotos y cómo los afrontaron navegando por la inmensidad de los cielos. Silva invita a confiar siempre en la formación, experiencia y las habilidades de los pilotos que unen a su capacidad una tecnología punta que dota a las aeronaves de alta fiabilidad y eficiencia.
Él no vivió la catástrofe en Barajas por su muerte prematura, pero consideraba el despegue y el aterrizaje como los instantes más decisivos. Seguro que con los datos técnicos y su experiencia estudiaría el accidente de Sapanair y probablemente coincidiría con Federico Sosa en que ese avión no tenía que haber salido a la pista.
La navegación aérea compendia numerosos “instantes decisivos” que los pilotos afrontaron a lo largo de la historia de la aviación civil y hubo vuelos que comenzaron bajo el signo del infortunio, como si una maldición pesara sobre ellos. En su argot, los pilotos tienen un dicho muy expresivo: “vale más estar aquí abajo deseando estar allá arriba, que estar allá arriba deseando estar aquí abajo”. Por eso en aviación hay días en que lo mejor hubiera sido perderse en el aeropuerto.
El accidente de Spanair nos recuerda que la vida es una carrera llena de incertidumbre que está siempre amenazada por muchos caprichos del destino.