La larga, negra, sombra de Trump

A veces, casi siempre, los elementos se alían para lograr la tormenta perfecta: una cumbre del Clima, COP27, que contemplará impotente que el cambio climático, para peor, no se detiene. Y unas elecciones a la Cámara de Representantes de los Estados Unidos que constatarán que la sombra de Donald Trump, aquel individuo que violó todas las normas de la ética y la estética políticas y negó ese cambio en el clima y en la temperatura del mundo, es todavía alargada. Claro que tienen que ver la Cumbre de Egipto y las elecciones en, pongamos, Texas: en ambos casos, ya digo que unidos por la sombra de Trump, ligado en el pasado a su vez a los manejos de Putin, podría presagiarse que el mundo camina hacia atrás.
 

Claro que vivimos en un país despreocupado, al que la crisis climática solo le inquieta cuando dos jóvenes descerebrados se pegan al marco que envuelve dos geniales pinturas de Goya. Un país pendiente de absurdas polémicas que no comprende, porque no hay quien las comprenda, derivadas en batallitas parlamentarias: ley trans, renovación (o no) del Consejo del Poder Judicial, ‘ley mordaza’, revisión (o no) penal de la sedición, indulto (o más probablemente no) a Griñán, aprobación de unos Presupuestos imposibles... Yo qué sé: ganas de mirar al dedo que señala a la luna, y no a la luna, en cuarto menguante.
 

Me parece que esta semana, sin ir más lejos, entramos en horizontes de negros nubarrones, y no hablo solamente de los climáticos, claro está. Colegas tengo que en sus columnas se alegran, a mi entender insensatamente, del coscorrón que se va a llevar el demócrata Biden en unas elecciones, las de este martes en el país más poderoso del mundo, a manos de unos votos republicanos que añoran sin disimulos los dislates y el retorno de Trump, como si no recordasen el asalto de los hombres vestidos de búfalo a los despachos del Congreso y el Senado que él, sin la menor duda, propició.
 

Y así, claro, y por poner algún ejemplo, la posible victoria de alguien tan desmesurado como Sarah Palin en Alaska. O las manifestaciones de los golpistas pro Bolsonaro. O la ‘melonimanía’. O el protagonismo exacerbado concedido a un joven, el hasta ahora desconocido Jordan Bardella, que representa el nuevo rostro de la ultraderecha francesa, o sea, europea.
 

Ya sé que atribuirle, aunque sea por control remoto, todo el peso de los acontecimientos al mal clima creado por el Trump negacionista o al Musk ricachón arbitrario y caprichoso, que se cree capaz de cambiar a su gusto los hábitos de libertad de expresión, es acaso algo excesivo. Pero, cuando las portadas de los periódicos más influyentes del mundo comienzan a agitar, porque es la realidad, la amenaza nuclear que anida en los despachos más locos del Kremlin, hay motivos más que suficientes para echarse a temblar. Sobre todo, porque aún existe y resiste una parte de la población del mundo que se niega a ver el cambio, el climático y el político, que nos acecha. 
 

Y ahí sí que no vale que en las Cortes españolas, tan artificialmente agitadas por debates con truco en el Senado, se siga mirando el dedo y no la esclarecedora luna, que sufre riesgo de eclipse, tapada por la larga sombra de Trump. Entre otras muchas sombras, por supuesto.

La larga, negra, sombra de Trump

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