El mejor clima de España

En días como hoy, me acuerdo de ese cartel de Álvaro Cebreiro que, en 1934, proclamaba: «La Coruña, el mejor clima de España». No dudo del sentido del humor del autor que, a sus 31 años, ya era conocido como caricaturista y humorista gráfico, a pesar de que aún tardaría un par de décadas en publicar su viñeta semanal en El Ideal Gallego. Y quiero creer que los coruñeses de la época se lo tomaron a cachondeo, aunque los de hoy en día vean en este lema una especie de profecía, puesto que nuestros 20 grados en verano se antojan paradisíacos para aquellos que residen en lugares donde se superan los 40. Y digo que son especialmente apetecibles para los foráneos porque ellos, que solo pasan aquí unos cuantos días, no son conscientes de que la estación entera está quebrada por nieblas y chubascos. Tampoco de que la brisa se inmiscuye en la vida estival, obligándote a salir de casa siempre con algo de abrigo, por si acaso.


Quiero ver sorna y retranca en el eslogan porque, como decía Picasso, esta es la ciudad del viento y de la lluvia. Lo confirman los datos históricos de la Aemet que hablan de una media de entre 150 y 200 días al año de precipitaciones. Pero es que, encima, la media anual de días despejados es, tan solo, de 48. Así que tenemos 117 días al año (unos cuatro meses) en los que no llueve, pero está nublado. No en vano somos muchos los coruñeses que necesitamos dosis complementarias de vitamina D. 


Por otra parte, tenemos la temperatura. Presumimos de que son templadas tanto en invierno como en verano. Yo ya no sé cómo rebatir este argumento. Todos los años me propongo apuntar la cantidad de días que salgo de casa y mi coche marca entre 3 y -3 grados o el número de mañanas en las que tengo que rascar el hielo del parabrisas. Pero la vida me puede, y nunca lo hago. Eso sí, tengo la certeza de que son muchos; más de los que, después, recordamos. Y eso sin meter en la coctelera el concepto de sensación térmica, porque el viento frío y la humedad hacen que la temperatura que percibimos sea inferior a la real y, en Coruña, el viento es constante e implacable («Ha empezado el viento, que no parará hasta que no haya Coruña», escribía Picasso) y la humedad supera casi siempre el 60% aconsejable. Vamos, que yo, que estudié la carrera en Salamanca, con inviernos de siete grados bajo cero, no he pasado tanto frío en mi vida como durante mi primer invierno en esta ciudad, con el cuerpo aún desacoruñesado.


La expresión más cruda del invierno coruñés tiene lugar en semanas como esta, en la que se concatenan las ciclogénesis explosivas y las borrascas con nombre, como Herminia, que dejan vientos de más de 120 kilómetros por hora. Muchas veces, un nordés helado que cala los huesos, encoge el alma y te hace llorar, literalmente. Esos días que parecen que no van a terminar nunca en los que el aire te lleva y no hay manera de protegerte de la lluvia, que cae en todas las direcciones. Fechas con olas de casi 10 metros que muestran la fiereza de un océano tan voraz que no se conforma con anegar playas, sino que desea engullir el Paseo Marítimo; un Atlántico poderoso al que ninguna duna puede contener. Jornadas enteras en las que parece que va a terminarse el mundo o que algún dios, enfadado con la manera en la que usamos nuestro libre albedrío, quisiera castigarnos con un nuevo diluvio universal. Que, por otra parte, a la vista de la deriva que está tomando el mundo, tampoco se antoja una opción tan descabellada.


En días como hoy echo de menos el verano; es mi día preferido del año en Coruña, pero me deprimo, porque no sé a qué viernes caerá. Quizá, incluso, me ha pasado algún año, me pille fuera de vacaciones, y me lo pierda.

El mejor clima de España

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