Nada ocurre

Imagino escribir sobre que nada ocurre, nada nuevo o trascendente, escribir sobre la vida sin más, sobre mis lecturas sin más. Renunciar a los grandes temas, a los argumentos bien planteados, poder escribir una columna de opinión sin opinión.


Garabateo palabras sueltas en mi libreta, voy cogiendo el pulso después de un verano inacabado que he vivido muy a mi aire. Las miro, a las palabras, como si cada una de ellas encerrara un mundo y no fueran solo un puñado de letras. Me detengo en su valor, en el espacio que ocupan, en sus matices. Escribo, desordenadas en forma de lista, aparecen: amnistía, autodeterminación, septiembre, precios, cambio de hora, colegio, rutina, velocidad, luz y oscuridad, declive institucional, aceite de oliva, olvido e indiferencia. Aparecen tres nombres propios, los de León Tolstói, James Rhodes y Sue Hubbell.


Me doy un insuficiente a mí misma en esta rara tarde, cuando estoy absorta tratando de escribirte. Salgo a pasear. Cada escritor tiene su propia forma de comenzar, a mí me aclara la mente pasear. Me voy pensando en el último libro que he leído, Un año en los bosques, de la autora norteamericana Sue Hubbell, una mujer valiente que decidió cambiar su vida de forma radical, y abandonó su trabajo y la vida urbana reduciendo sus ingresos, pero también sus gastos. No quería, dijo, que sus impuestos pagaran a un gobierno que amparaba la injustificable Guerra de Vietnam.


No hay guerras justificables. Me pregunto si hay amnistías justificables, me doy cuenta de que pocas veces me paro a pensar en lo que pagan mis impuestos. Yo también quiero una vida más rica, más plena, más cercana a mis ideales, pero solo puedo adentrarme en los bosques, luego tengo que volver.


Me gusta el mes de septiembre. En septiembre nació uno de mis novelistas preferidos, el ruso León Tolstói. Me sé de memoria algunas citas memorables de Guerra y Paz: «La palabra dicha es plata; la no pronunciada es oro», «Vence en la batalla quien está firmemente decidido a ganarla». Que la guerra cancele la cultura me parece un sinsentido.


No vi a James Rhodes, el pianista, escritor y activista de origen británico, ha veraneado unos días en Galicia. Hace ya tiempo de mi lectura de sus memorias de locura, medicina y música, en su libro Instrumental. Recuerdo lo herida y cruzada que me dejó su narración. Recuerdo que la música lo salvó. Eso hace que me pregunte dónde van a estar la música y el arte en las aulas.


Me gustaron mucho sus palabras en Pontedeume: «Deixar que borrasen o galego sería como intentar borrar o mar». Amo las lenguas, existen para que nos entendamos. Por favor, no las instrumentalicen para lo contrario.


Camino de vuelta a casa, pongo en mi playlist la interpretación a piano que hace Rhodes de La Chacona de Bach, y una inesperada tormenta de verano me sorprende a cielo abierto. Pronto será otoño otra vez. Cambiarán la luz y las palabras. 

Nada ocurre

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