Mientras escribo suena de fondo “No me amenaces”, la canción de José Alfredo Jiménez –canta Julio Iglesias– que es como una metáfora de la “amenaza” del presidente cuando se retiró al rincón del pensar durante cinco días.
El protagonista de la melodía reprocha el comportamiento de su amor: “No me amenaces, cuando estés decidida a buscar otra vida, pues agarra tu rumbo y vete, pero no me amenaces, ya estás grandecita…”.
Y representa a muchos españoles que también rechazan las amenazas del presidente del Gobierno que “ya está grandecito” –lleva seis años en el cargo– para protagonizar una espantada tan infantil.
La ranchera tiene un estribillo que expresa gráficamente el final no querido: “porque estás que te vas, y te vas, y te vas…y no te has ido…”. El mismo final tras la meditación melancólica del presidente, calificada de payasada peronista, pájara fake o maniobra cínica, que quiere seguir gobernando España.
En este sentido un periódico resumía en cinco palabras el final de sus cinco días de evasión teatralizada: “Sánchez vuelve sin haberse ido” en la línea lampedusiana “que todo cambie para que todo siga igual”. Para llegar a esa conclusión, dice Daniel Gascón, tuvo al país en vilo, utilizó a su esposa y al rey e incluso “hizo llorar a Pedro Almodóvar”.
Es más grave aún que se haya estado riendo de los españoles, según la opinión de la gente con la que hablas.
Así lo entendió un internauta que puso en boca del presidentes este mensaje: “A mis queridos votantes, votantas y votontos, que por cierto cada día sois más…
Es más fácil engañaros que demostraros que habéis sido y que seguiréis siendo engañados siempre. Lo que más me fascina es veros en mis mítines creyéndome y aplaudiendo. Ahí es cuando me doy cuenta de la cantidad de analfabetos y gilipollas que hay en España por centímetro cuadrado”. Las redes sociales son desconcertantes y vierten mucha basura, pero a veces dejan muestras de pensamiento crítico.
Hay que recordar que la causa de la insólita y frívola reflexión del presidente fue la investigación e informaciones de El Confidencial –y de otros medios– en torno a las relaciones de su mujer con empresas y empresarios que motivaron la apertura de diligencias por supuesto tráfico de influencias. De esas informaciones, nunca desmentidas, derivan los ataques furibundos del presidente y su entorno a los jueces, a la oposición, acusada de enfangar la vida pública, y a los medios de comunicación a los que culpan de difundir “bulos” por cometer el delito de investigar y contar lo que descubren.
Antes de tener al país en vilo era más fácil dar explicaciones, desmentir las informaciones que consideraba eran falsas o acudir a la justicia, porque en España se castigan las difamaciones y las injurias. Pero ese silencio permite concluir que no pudieron desmentir las noticias veraces de la prensa.