Un vendaval de odio sopla con inusitada fuerza en nuestro país y está marcando la vida política, mediática y social. Hasta tal punto que muchos ciudadanos, hartos de tanta polarización, recelan abrir las páginas de los periódicos o asomarse a los telediarios porque los medios de comunicación también están contaminados y participan de la división que tiene a España partida en dos.
La política, decía Valle Inclán, se ha convertido en “un pestífero lamedal”, que lo contamina todo y cobran plena actualidad las palabras de Castelao en Sempre en Galiza “a realidade actual da noxo”. Además de noxo, la situación a la que los políticos están llevando al país da miedo, están rebasando todos los límites democráticos.
Se escuchó en campaña el grito “No pasarán” que equipara la España de hoy con la de la Guerra Civil y niega a la oposición el derecho a existir; oímos a miembros del Ejecutivo arremeter contra el Judicial, tercer poder del Estado; a un dirigente de la extrema derecha amenazar con enfrentarse físicamente al Gobierno; calificar de fascistas al que piensa distinto…
Hace doscientos sesenta años que Voltaire escribió el “Tratado sobre la tolerancia”, que es el respeto a las ideas, creencias y prácticas diferentes o contrarias a las propias, y tantos años después perviven actitudes intransigentes en el seno de la política y de la sociedad que superan la crispación. Ahora ya estamos alcanzando el punto de saturación del odio visceral al contrario.
Hasta destrozarlo dialéctica y políticamente, por ahora. Porque de seguir en esta espiral no hay que descartar que la intolerancia y el odio degeneren en violencia física. Ocurrió en el asalto al Congreso en EE.UU., en el atentado al primer ministro de Eslovaquia, a la primera ministra de Dinamarca y en agresiones a dirigentes políticos en Alemania. Aquí mismo ya hubo intentos de agresión en actos electorales.
En la Transición de la dictadura a la democracia los políticos de entonces de ideologías distintas llegaron a grandes acuerdos para alumbrar un cambio de régimen que nos dio los mejores años de estabilidad y progreso vividos en España. “Entonces, recuerda uno de aquellos políticos, nos entendimos con gente que nos metió en la cárcel”.
Pero ahora los sucesores de aquella generación siembran el odio que desciende en cascada por gran parte del cuerpo social. Prefieren ser nietos de la Guerra antes que hijos de la Transición y, en su ligereza, vuelven a dividir a los españoles.
“¿No queda en España alguien con un poco de cordura que advierta que este discurso del odio es una amenaza para la democracia y la cohesión social? Restaurar la convivencia cívica requiere el esfuerzo de todos los sectores de la sociedad, empezando por los políticos. ¿Se darán cuenta de que el odio en la política es una deriva que a nada bueno conduce para el futuro de España?.